lunes, 30 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 11


3 horas antes

Después de dos horas de cabalgada, Nick Harper llegó por fin a Henley. Tal y como le habían dicho, estaban en plena celebración de la Regata Real. Sin perder un instante, se dirigió a la comisaría, al departamento de la policía montada. Allí le estaba esperando su caballo, y, después de entregarle las riendas del que le había llevado hasta allí a un mozo de cuadras, se dirigió a él. Black Arrow, su caballo, parecía muy contento de verle. Nick le acarició el morro, afectuoso.

- Pronto cabalgaremos por las lomas de Henley, amigo –Le susurró al oído.

Sin perder más tiempo, se puso el cinturón con las pistoleras y se colgó la placa de la hebilla del pantalón, dispuesto a presentarse al Teniente Athenly.

Una vez en el departamento, no le fue muy difícil encontrar al Teniente, enseguida le indicaron quien era. Se trataba de un hombre no muy mayor, con un prominente bigote y bastante alto.

- Teniente Athenly, señor, disculpe –Harper si dirigió a él –Soy el agente Harper, lamento mi tardanza...

- ¡Agente! -Le cortó- ¿Qué ha pasado? Le esperábamos mucho antes, ¿Está usted bien?

- Si, si, no se preocupe.

Harper le resumió a grandes rasgos lo que había acontecido durante el día. Por fortuna y, aunque aún no tenían noticia del asesinato en el tren aquí en Henley, el Teniente fue comprensivo.

- Ya veo. No se preocupe, agente Harper. Bienvenido al departamento de Policía Montada de Henley. Mañana mismo podrá empezar con sus tareas, si no le encuentra inconveniente.

- Claro que no, señor. Me pondré a ello inmediatamente. –El teniente parecía complacido con la actitud de Harper- Si me lo permite, estaré patrullando por la zona de la regata hasta dentro de un par de horas, cuando anochezca.

- Por supuesto, agente. Nos veremos por aquí. Que tenga un buen primer día de trabajo –Le deseó.

En una sala cercana, Harper pudo ponerse el uniforme y en un cuarto de hora estaba en la zona de la regata. Había toda clase de gente aquí reunida. Desde las más exquisitas familias a las personas más pobres se daban cita en este evento. Harper comenzó a andar, echando un vistazo. Con un poco de suerte, encontraría a la señorita Monleón por esta zona, acompañada de su abuelo. En los puestos se vendía de todo, desde champaña para los ricos, hasta cerveza para los pobres; comida, joyas, incluso había un par de puestos de venta de armas. Todo parecía muy animado.

A los pocos minutos de andar, Harper se paró, incapaz de creer lo que veían sus ojos. Al lado de un puesto donde vendían finas joyas, se encontraban la señora Jameson y el señor McCarthy, charlando animadamente. Procurando no hacer ruido, se colocó justo detrás de la señora Jameson.

- Vaya, parece que a pesar de haber presenciado un asesinato esta misma mañana, está usted muy contenta, señora Jameson.

Con un respingo, la mujer dio media vuelta. Con expresión de asco, miró a Harper, pero inmediatamente, la cambió por una sonrisa zalamera.

- Agente Harper –Dijo, con tono afectuoso- No podemos hundirnos y deprimirnos de esa manera. Hay que divertirse, para eso está esta feria, ¿No cree?

- Lo que usted diga, señora Jameson. La estaré vigilando. McCarthy –Se despidió con una inclinación de cabeza.

Apenas se había alejado un par de metros cuando McCarthy, nervioso se dirigió a su compañera.

- ¿Usted cree que sabrá que la señorita Monleón ha ido a casa de su abuelo? –El codo de la señora Jameson se hundió en el costado de Arthur. Harper no necesitaba más. Sin volverse siquiera, se dirigió hacia las calles de la ciudad, con media sonrisa en los labios.

domingo, 22 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 10

Abrió la verja del jardín y avanzó hasta la puerta de entrada. La aldaba estaba fría al tacto. Golpeó tres veces y esperó la respuesta de su abuelo desde el interior. No obtuvo ninguna. Volvió a golpear, esta vez con más énfasis, comprobando que su traje estuviera bien colocado. Nadie contestó a su llamada. Con precaución, empujó la puerta. Para su asombro, ésta se abrió, dejando entrever un pequeño salón en tinieblas, pues todas las ventanas tenían las cortinas corridas y apenas dejaban entrar la luz.

- ¿Abuelo?

Madelaine descorrió las cortinas para dejar entrar algo de luz. En el salón, atestado de libros, encontró un candelabro. Con unas cerillas que había en la mesa, pudo proveerse de luz. Un moscardón enorme estaba en la tapa de uno de los libros. El tomo se titulaba “La composición de los astros”. La mayor parte de los libros esparcidos por la sala eran de ocultismo y de astronomía, lo cual no casaba demasiado bien con la idea que tenía Madelaine de su abuelo, así como una casa tan, tan... humilde... Su familia era una familia acomodada, ¿De verdad su abuelo tenía que vivir allí?

No encontró a su pariente en toda la planta baja, así que, después de abrir todas las cortinas, comenzó a subir las escaleras al segundo piso. Allí arriba había un olor extraño en el aire, como si hubiera algo podrido. En una de las salas encontró el cuarto de baño. Madelaine se miró en el espejo, preguntándose donde estaría su abuelo, y donde estaba el libro que había ido a buscar, pues entre los del salón no estaba. Por la descripción de su abuelo, era bastante inconfundible...

Según se iba acercando a la última puerta del pasillo, el olor se hacía más fuerte, tanto que casi no podía ni respirar. Madelaine tenía un zumbido en la cabeza. La puerta estaba entreabierta y el hedor era casi insoportable. Empujó la puerta y entró en la sala, dispuesta a abrir las ventanas para ventilar la habitación, completamente a oscuras. De camino a la ventana, pisó algo en el suelo, crujiente... El zumbido era insoportable. La luz se filtró dentro de la sala una vez descorrió las cortinas. Sin embargo, Madelaine desearía no haber iluminado la sala jamás. Postrado en la cama, se encontraba su abuelo. Con un pinchazo de terror, Madelaine se quedó clavada en el suelo, incapaz de reaccionar. Un puñal estaba clavado en la frente del anciano. Un puñal con la empuñadura adornada con una serpiente. La boca del anciano se abría más de lo que parecería posible, en un mudo aullido de indescriptible terror. El cuerpo estaba salvajemente mutilado. Había sido vaciado y sus órganos internos estaban esparcidos por la habitación. Era evidente que llevaba unos días muerto, ya que las entrañas de Jeremías se habían secado, adquiriendo una consistencia rígida, que crujía al pisarla. Sobre el cadáver, había miles de moscones negros gigantescos, devorando el cuerpo, así como unos gusanos blancos, de aspecto putrefacto.

Por fin, el cuerpo de Madelaine reaccionó. Un alarido proveniente de lo más profundo de su ser trepó por la garganta y se liberó, reverberando en las paredes de la sala. Las piernas corrieron, en estampida, buscando la salida de esa casa maldita. Madelaine se precipitó por las escaleras, rota de dolor y horror por la visión de su abuelo terriblemente mutilado. Al fin, alcanzó el césped del exterior de la casa. Su estómago reaccionó también, liberando de su interior todo resto del desayuno, ya tan lejano.

Al cabo de unos quince minutos consiguió retomar el control de su cuerpo. Imágenes cruzaban su mente. Nuevas arcadas intentaron tomar el control, pero logró sobreponerse a duras penas. Se concentró en el libro de su abuelo, como guía en la oscuridad del dolor, como asidero en la corriente de la locura. Con esa idea en mente, recuperar ese libro tan importante para su abuelo, consiguió reunir el valor suficiente como para volver a entrar en la casa. Febrilmente, comenzó a buscar el libro en el salón. Nada. Ni rastro. Una mosca se posó en la mano de la bibliotecaria. Soltando un alarido, casi vuelve a salir de la casa. La imagen de su abuelo volvió a su mente. ¡La habitación de Jeremías! Allí había más libros. Incluso alguna carta. Quizá allí hubiera respuestas.

Su cuerpo no respondía, sus piernas querían correr, sus ojos, llorar, su estomago, darse la vuelta, su corazón, quebrarse y su cerebro, encontrar aquel libro. Entró en la habitación fatídica, con los ojos cerrados. Abriéndolos solo lo justo, en la mesilla de su abuelo encontró las llaves de la casa y unas cartas dirigidas a él.

No pudo evitarlo. Volvió a echar una mirada al cadáver destrozado de su pariente. En ese instante, tres fuertes golpes resonaron por toda la casa, haciendo soltar un grito a Madelaine.

- ¡Policía! ¿Hay alguien ahí? –La voz resultaba conocida para la pobre Madelaine. Le daba igual quien fuera, tenía que hablar con la policía, denunciar este hecho macabro, conseguir ayuda, lo que fuera.

Se precipitó escaleras abajo, trastabillando con los escalones. En la puerta de entrada, directamente enfrente de las escaleras, estaba el agente Harper, con los ojos desorbitados, apuntándola con la pistola. Instintivamente, Madelaine se echó al suelo, tapándose la cabeza.

Un único disparo resonó en la habitación, reduciendo a nada todos los demás sonidos.

- Por favor, por favor, por favor, por favor... –El susurro desmayado de Madelaine se fue apagando poco a poco...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 9

Madelaine soltó un suspiro de alivio cuando salió de la biblioteca y el carruaje seguía esperando. Se montó y le indicó al cochero la dirección de su abuelo, en Henley. Madelaine se sentía un poco como las protagonistas de las novelas que leía en el trabajo... Aunque no estaba segura de que eso le gustase, ya había tenido demasiadas emociones por un día. Cuando pasaban al lado de la comisaría, se arriesgó a echar un vistazo. Sin embargo, no fue a Harper a quién vio, sino a la señora Jameson. Hizo parar al cochero.

- ¡Señora Jameson! –Llamó. Catherine Jameson giró la cabeza al oír su nombre y se colocó mejor el sombrero, acercándose al carruaje- Usted también iba a Henley, ¿Verdad? Suba, suba.

- Gracias, hija, pero no me llames “Señora Jameson”, llámame Cathy, por favor –Dicho esto, le guiñó un ojo y se aupó al carruaje, con cierto esfuerzo, debido a su volumen. El cochero arrancó de nuevo.

- ¿Ha sido muy molesto el interrogatorio?

- No mucho, querida, lo normal. Ya sabes me han sobado un poco y esas cosas

- ¡Dios mío! –Madelaine se tapó la boca, escandalizada.

- No es para tanto, cariño –La señora Jameson sonrío pícaramente y le volvió a guiñar un ojo.

Al cabo de unos minutos de viaje, oyeron como un carro se acercaba a toda velocidad detrás de ellas. Preocupada por si chocaban, Madelaine retiró la cortinilla del carruaje para ver un poco mejor. Lo que vio la dejó con la boca abierta. A su misma altura, Arthur McCarthy voceaba y gesticulaba desde otro carro. Madelaine cerró la cortinilla y la volvió a abrir, segura de que sus ojos la engañaban. Desafortunadamente, McCarthy seguía allí, con el sombrero torcido.

-¡Abra la puerta! –Madelaine acertó a leerle los labios- ¡Abra la puerta y échese a un lado!

Asustada, Madelaine hizo lo que le pedían. McCarthy abrió la puerta de su carruaje y tomó impulso. Con un golpe, aterrizó en el asiento de enfrente de las dos sorprendidas mujeres. Se colocó el sombrero y cogió la mano de la bibliotecaria, depositando un beso en el dorso.

- Está loco –Contestó, retirando la mano, como si McCarthy fuese venenoso. Se asomó a través de la ventana y vio al conductor del otro carruaje, con un fajo de billetes en la mano y saludando con la otra al estrambótico personaje que había asaltado su carro. McCarthy, por supuesto, le devolvió el saludo -¿Ha pagado a ese cochero sólo para que nos alcanzara y poder saltar de un carro al otro?

- ¿A que ha estado bien? –Le guiñó el ojo, con una inclinación de cabeza.

- Está loco...

- No te preocupes, querida –La señora Jameson susurró al oído de la confundida Madelaine- Si se sobrepasa lo más mínimo, le arreas una buena patada en los cataplines. Funciona con absolutamente todos los hombres –Sonrío, al escuchar a la pudorosa bibliotecaria soltar un gritito de sorpresa- Y usted, McCarthy, ¿Qué hace aquí?

- Porque somos cómplices –Dijo con voz nasal- Yo cogí la carta del escenario del crimen, y usted, señora Jameson, se la dio a la pelirroja. No quiero que Harper me coja a mi solo, si nos coge, que sea a todos, ¿No?

A las dos mujeres les resultó bastante complicado no poner los ojos en blanco ante las estupideces del señor McCarthy.

- Hablando de la carta, querida, ¿Qué vas a hacer ahora?

- Iré a visitar a mi abuelo, estoy un poco angustiada por él. Pero, me gustaría ir sola, son asuntos de familia, ya saben... –Añadió.

- Por supuesto cariño. McCarthy y yo aprovecharemos para ir a la celebración de la Regata Real. ¿Verdad?

- Eh... Claro, por supuesto.

En Henley se estaba celebrando la famosísima Regata Real. Era un evento muy conocido, y la mitad de Londres estaba allí reunida para ver las barcas que llenaban el Támesis. Por supuesto, la alta aristocracia se daba cita en Henley para disfrutar del evento. Era un buen momento para formalizar relaciones entre familias distintas.

Cuando llegaron debía ser media tarde. Todo el mundo se congregaba en las laderas colindantes al Támesis, esperando su turno para montar en las barcas, o bien paseaban por los puestos que se habían colocado para la ocasión.

- Bueno, esta es nuestra parada –La señora Jameson dio un golpe en la rodilla a McCarthy- Nos encontraras en la feria cuando vuelvas, querida.

Madelaine se despidió de ellos y continuó su viaje. En apenas cinco minutos alcanzó la calle donde vivía su abuelo. Hacía años que no pasaba por allí, pero todo estaba igual que siempre. Ya empezaba a anochecer, y, aunque era verano, la humedad hacía que refrescara bastante. Avanzó deprisa para no coger frío y enseguida alcanzó el número nueve, la casa de su abuelo Jeremías.

lunes, 2 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 8

- Espéreme aquí –Madelaine le dio dos chelines al conductor. Bajó apresuradamente, apretándose contra el pecho el bolso donde llevaba la carta. Entró en la biblioteca y saludó a la señora Smith, con la que conversaba a menudo. Madelaine buscó la sección más alejada y a la que ella sabía que menos libros se sacaban. Escogió uno de los volúmenes y escondió el sobre en él. Antes de poder relajarse, oyó un ruido a su izquierda. Una persona le había visto esconder el sobre. Sin embargo, se relajó al instante, era imposible que ese hombre la hubiera visto, pues era ciego.

Una punzada de terror atenazó el cerebro de Madelaine al recordar la advertencia de la carta acerca de los ciegos. Además... ¿Qué hacía un ciego en una biblioteca? Se giró, sobrecogida, y vio como el ciego comenzó a moverse espasmódicamente hacia ella. Temblando violentamente, consiguió recuperar el sobre y corrió en dirección contraria, alejándose del ciego. La bibliotecaria se giró para ver si se distanciaba del hombre y lo que vio hizo que el corazón le diera un vuelco. El anciano estaba sacando un puñal de uno de sus bolsillos y la “miraba” directamente, a través de sus lentes oscuras. Madelaine giró una esquina tratando de huir cuando chocó contra alguien.

- Tenga cuidado –Un joven la agarró del brazo, impidiendo que cayera al suelo.

- Gra... Gracias –Musitó Madelaine. Sin más, el hombre comenzó a andar hacia el pasillo por el que había venido Madelaine. Por el pasillo por el que andaba el viejo del puñal. Madelaine apenas alcanzó a articular unas palabras.

- Disculpe, ¿sabe donde está la sección de jardinería? –Balbuceó, consiguiendo que el hombre se detuviera justo a la entrada del pasillo.

- Creo que está un par de pasillos más allá, aunque sería mejor que se lo preguntara a una bibliotecaria, ¿no cree? –Dicho esto, el joven se metió por el pasillo en el que se encontraba el viejo.

Madelaine corrió hacia el joven gritando “¡Espere!”. Cuando giró la esquina, únicamente encontró al hombre, que ya consultaba un libro. Ni rastro del ciego anciano.

- ¿Sí?

- Na... Nada... –Madelaine estaba muy confundida. ¿Acaso se lo había imaginado todo? ¿Tan nerviosa estaba después del incidente en el tren que veía cosas donde no las había?

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Harper se rascó la nuca, sabedor de que le resultaría bastante difícil encontrar rápidamente a la señorita Monleón. Desesperanzado, echó un último vistazo a la calle. Algunos niños corrían y gritaban jugando. La pelota con la que jugaban fue a parar a los pies de un hombre con bastón. Cuando Harper se fijó en el hombre, casi se le escapa el corazón por la boca. Un ciego se encontraba en la acera de enfrente, clavado en el suelo, con la cabeza girada en su dirección. Un carruaje pasó por la calle entre ellos dos. Cuando terminó de pasar, el ciego ya no se encontraba allí. Harper sacudió la cabeza y sacó un cigarrillo del bolsillo. Llevaba un día de demasiadas emociones.

En ese instante, el profesor Phillips salió de la estación.

- Agente –Llamó a Nick- Tenga, mi tarjeta –Se la entregó- Aquí tiene mi dirección y el teléfono de la universidad. Si necesita ayuda o lo que sea, no dude en pedírmela.

Harper asintió con la cabeza, aún aturdido por la visión del ciego. Se despidió del profesor y echó a andar hacia la comisaría, con la intención de encontrarse con Longtree. De camino, paró en el sastre para comprar una gabardina nueva, pues la suya se había quedado en el tren, tapando los cadáveres.

Perdió media hora, pero al fin encontró una, con mucho mejor aspecto que la vieja. Se la colocó bien sobre los hombros, y echó a andar hacia la comisaría. Con un poco de suerte, el inspector aún estaría allí.

El local donde estaba la comisaría era un auténtico caos, como de costumbre. Estaba abarrotada. Un hombre se resistía y entre dos agentes lograron reducirlo y meterlo entre rejas.

- ¡Nick! ¡Eh, Nick! –Harper se giró y vio a su compañero Calahan llamándole desde su puesto. Ambos entrechocaron las manos.

- ¿Qué haces aquí aún? ¿No te habían destinado a la guardia montada de Henley?

- Si, pero el viaje ha sido un tanto... movido. Oye, ¿Has visto al inspector Longtree por aquí o ya se ha ido?

- Está en su despacho desde hará una media hora, que acabó de hablar con una mujer.

- Gracias, Calahan.

Con un saludo, Harper se dirigió hacia la puerta del despacho del inspector. Levantó la mano y golpeó ligeramente con los nudillos. La voz de Longtree le invitó a pasar.

- Buenas tardes, inspector.

- Siéntese, por favor Harper. Usted dirá.

- Señor, el sobre que mencioné en la estación, ya se quién lo tiene. Al parecer, la señora Jameson se lo dio a la señorita Monleón. Intenté cogerla, pero la perdí.

- De acuerdo, no se preocupe. ¿Recuerda la dirección del sobre? La señorita Madelaine quería ver a su abuelo...

Harper hizo memoria, intentando recordar. Finalmente, consiguió recordar el nombre de la calle, aunque no el número de la casa.

- Bueno, menos es nada. Al menos ya tenemos por donde empezar. Usted está destinado en Henley, ¿Verdad? –Harper asintió- Perfecto. Esta calle está allí. Es muy probable que la señorita Madelaine vaya por allí. Me gustaría encargarle algo. Quiero que la vigile de cerca. Y, si hace algún movimiento sospechoso, tiene usted permiso para arrestarla. De momento es la única pista que tenemos.

- De acuerdo –Harper se levantó de la silla- Buscaré un caballo y saldré ahora mismo hacia Henley. Gracias por todo, inspector.

Nick se dirigió a las caballerizas del departamento de la policía montada. Si la señorita Monleón había cogido un carruaje nada más salir de la estación, le llevaría una hora de ventaja. Con un poco de suerte, la encontraría antes de que llegara a la casa de su abuelo y le resultaría más fácil encontrar dicha residencia.

En unos minutos, ya se hallaba en marcha, galopando camino a Henley.