viernes, 3 de abril de 2009

Oscuros designios: Episodio 12

En unos minutos se había plantado en la calle donde vivía el abuelo de la señorita Monleón. Fue caminando despacio, mirando los buzones. Finalmente, encontró el que buscaba. Jeremías Oldakre, rezaba. La cancela estaba abierta ligeramente. Harper terminó de abrirla y se tapó la nariz. Alguien había vomitado en el césped del jardín. Procurando no mancharse los zapatos, avanzó hacia la puerta. Con sorpresa, constató que estaba abierta.

- Esto no me da buena espina.

Harper sacó la pistola de la funda y llamó a la puerta con los nudillos.

- ¡Policía! ¿Hay alguien ahí?

Por toda respuesta, Nick oyó unos pasos precipitados provenientes del piso de arriba. Nervioso, apuntó con el arma hacia las escaleras que bajaban a la planta donde se encontraba. Los pasos se convirtieron en una carrera. Para su horror y espanto, en la parte de arriba de la escalera, apareció un hombre ciego, corriendo hacia el, con la mandíbula desencajada. Después de un momento de duda, cuando el hombre ciego estaba apenas a unos metros de él, Harper apretó el gatillo.

Cuando el pitido de la detonación se disipó de sus oídos, lo único que oyó fue un gemido ahogado, que provenía del cuerpo que había en el suelo tirado.

- Por favor, por favor, por favor... –La voz de la señorita Madelaine se fue apagando poco a poco.

En la puerta que había a la derecha de las escaleras ahora se apreciaba un gran agujero. Harper miró la pistola, humeante aún. La cabeza le daba vueltas. No sabía que pensar. ¿Había un ciego? ¿Tan afectado estaba por el asesinato del tren?

Pasaron aún unos minutos antes de que la señorita Monleón se tranquilizara lo suficiente como para balbucear unas palabras. Ese policía le había disparado ¿En qué estaba pensando?

- Arriba... Ugh... Mi abuelo... Muerto... –Consiguió balbucear.

Harper miró hacia el piso de arriba. Con cierto reparo, comenzó a subir la escalera, sintiéndose culpable por haber disparado a la señorita Monleón. Se secó el sudor de la frente al pensar que habría pasado de no haber cerrado los ojos en el momento de disparar. Con estos pensamientos llegó finalmente a la habitación donde estaba el cadáver de Jeremías Oldakre. El hedor era insoportable. Harper constató que efectivamente, estaba muerto, aunque la verdad es que era evidente. Antes de volver a bajar, echó una última mirada. En la frente del fallecido se encontraba el puñal con que le habían asesinado. Un puñal con una serpiente adornando el mango. Imágenes del tren acudieron a la mente de Harper. De nuevo vio como colgaba el hombre apuñalado del cable de freno del tren. El sentimiento de culpa por haber disparado su arma contra la señorita Monleón desapareció de la cabeza de Harper. La señorita Monleón viajaba en ese tren. Y ahora, en esta casa de Henley, aparecía un hombre con un puñal clavado exactamente igual al hallado en el tren. La señorita Monleón tendría que explicar muchas cosas. Bajó a grandes trancos las escaleras y se acuclilló delante de la bibliotecaria.

- Señorita Monleón –Ella bajaba la mirada, temblando, sin mirarle a los ojos –Voy a tener que detenerla, como sospechosa del asesinato del tren con destino a Henley esta mañana y del asesinato de Jeremías Oldakre.

lunes, 30 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 11


3 horas antes

Después de dos horas de cabalgada, Nick Harper llegó por fin a Henley. Tal y como le habían dicho, estaban en plena celebración de la Regata Real. Sin perder un instante, se dirigió a la comisaría, al departamento de la policía montada. Allí le estaba esperando su caballo, y, después de entregarle las riendas del que le había llevado hasta allí a un mozo de cuadras, se dirigió a él. Black Arrow, su caballo, parecía muy contento de verle. Nick le acarició el morro, afectuoso.

- Pronto cabalgaremos por las lomas de Henley, amigo –Le susurró al oído.

Sin perder más tiempo, se puso el cinturón con las pistoleras y se colgó la placa de la hebilla del pantalón, dispuesto a presentarse al Teniente Athenly.

Una vez en el departamento, no le fue muy difícil encontrar al Teniente, enseguida le indicaron quien era. Se trataba de un hombre no muy mayor, con un prominente bigote y bastante alto.

- Teniente Athenly, señor, disculpe –Harper si dirigió a él –Soy el agente Harper, lamento mi tardanza...

- ¡Agente! -Le cortó- ¿Qué ha pasado? Le esperábamos mucho antes, ¿Está usted bien?

- Si, si, no se preocupe.

Harper le resumió a grandes rasgos lo que había acontecido durante el día. Por fortuna y, aunque aún no tenían noticia del asesinato en el tren aquí en Henley, el Teniente fue comprensivo.

- Ya veo. No se preocupe, agente Harper. Bienvenido al departamento de Policía Montada de Henley. Mañana mismo podrá empezar con sus tareas, si no le encuentra inconveniente.

- Claro que no, señor. Me pondré a ello inmediatamente. –El teniente parecía complacido con la actitud de Harper- Si me lo permite, estaré patrullando por la zona de la regata hasta dentro de un par de horas, cuando anochezca.

- Por supuesto, agente. Nos veremos por aquí. Que tenga un buen primer día de trabajo –Le deseó.

En una sala cercana, Harper pudo ponerse el uniforme y en un cuarto de hora estaba en la zona de la regata. Había toda clase de gente aquí reunida. Desde las más exquisitas familias a las personas más pobres se daban cita en este evento. Harper comenzó a andar, echando un vistazo. Con un poco de suerte, encontraría a la señorita Monleón por esta zona, acompañada de su abuelo. En los puestos se vendía de todo, desde champaña para los ricos, hasta cerveza para los pobres; comida, joyas, incluso había un par de puestos de venta de armas. Todo parecía muy animado.

A los pocos minutos de andar, Harper se paró, incapaz de creer lo que veían sus ojos. Al lado de un puesto donde vendían finas joyas, se encontraban la señora Jameson y el señor McCarthy, charlando animadamente. Procurando no hacer ruido, se colocó justo detrás de la señora Jameson.

- Vaya, parece que a pesar de haber presenciado un asesinato esta misma mañana, está usted muy contenta, señora Jameson.

Con un respingo, la mujer dio media vuelta. Con expresión de asco, miró a Harper, pero inmediatamente, la cambió por una sonrisa zalamera.

- Agente Harper –Dijo, con tono afectuoso- No podemos hundirnos y deprimirnos de esa manera. Hay que divertirse, para eso está esta feria, ¿No cree?

- Lo que usted diga, señora Jameson. La estaré vigilando. McCarthy –Se despidió con una inclinación de cabeza.

Apenas se había alejado un par de metros cuando McCarthy, nervioso se dirigió a su compañera.

- ¿Usted cree que sabrá que la señorita Monleón ha ido a casa de su abuelo? –El codo de la señora Jameson se hundió en el costado de Arthur. Harper no necesitaba más. Sin volverse siquiera, se dirigió hacia las calles de la ciudad, con media sonrisa en los labios.

domingo, 22 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 10

Abrió la verja del jardín y avanzó hasta la puerta de entrada. La aldaba estaba fría al tacto. Golpeó tres veces y esperó la respuesta de su abuelo desde el interior. No obtuvo ninguna. Volvió a golpear, esta vez con más énfasis, comprobando que su traje estuviera bien colocado. Nadie contestó a su llamada. Con precaución, empujó la puerta. Para su asombro, ésta se abrió, dejando entrever un pequeño salón en tinieblas, pues todas las ventanas tenían las cortinas corridas y apenas dejaban entrar la luz.

- ¿Abuelo?

Madelaine descorrió las cortinas para dejar entrar algo de luz. En el salón, atestado de libros, encontró un candelabro. Con unas cerillas que había en la mesa, pudo proveerse de luz. Un moscardón enorme estaba en la tapa de uno de los libros. El tomo se titulaba “La composición de los astros”. La mayor parte de los libros esparcidos por la sala eran de ocultismo y de astronomía, lo cual no casaba demasiado bien con la idea que tenía Madelaine de su abuelo, así como una casa tan, tan... humilde... Su familia era una familia acomodada, ¿De verdad su abuelo tenía que vivir allí?

No encontró a su pariente en toda la planta baja, así que, después de abrir todas las cortinas, comenzó a subir las escaleras al segundo piso. Allí arriba había un olor extraño en el aire, como si hubiera algo podrido. En una de las salas encontró el cuarto de baño. Madelaine se miró en el espejo, preguntándose donde estaría su abuelo, y donde estaba el libro que había ido a buscar, pues entre los del salón no estaba. Por la descripción de su abuelo, era bastante inconfundible...

Según se iba acercando a la última puerta del pasillo, el olor se hacía más fuerte, tanto que casi no podía ni respirar. Madelaine tenía un zumbido en la cabeza. La puerta estaba entreabierta y el hedor era casi insoportable. Empujó la puerta y entró en la sala, dispuesta a abrir las ventanas para ventilar la habitación, completamente a oscuras. De camino a la ventana, pisó algo en el suelo, crujiente... El zumbido era insoportable. La luz se filtró dentro de la sala una vez descorrió las cortinas. Sin embargo, Madelaine desearía no haber iluminado la sala jamás. Postrado en la cama, se encontraba su abuelo. Con un pinchazo de terror, Madelaine se quedó clavada en el suelo, incapaz de reaccionar. Un puñal estaba clavado en la frente del anciano. Un puñal con la empuñadura adornada con una serpiente. La boca del anciano se abría más de lo que parecería posible, en un mudo aullido de indescriptible terror. El cuerpo estaba salvajemente mutilado. Había sido vaciado y sus órganos internos estaban esparcidos por la habitación. Era evidente que llevaba unos días muerto, ya que las entrañas de Jeremías se habían secado, adquiriendo una consistencia rígida, que crujía al pisarla. Sobre el cadáver, había miles de moscones negros gigantescos, devorando el cuerpo, así como unos gusanos blancos, de aspecto putrefacto.

Por fin, el cuerpo de Madelaine reaccionó. Un alarido proveniente de lo más profundo de su ser trepó por la garganta y se liberó, reverberando en las paredes de la sala. Las piernas corrieron, en estampida, buscando la salida de esa casa maldita. Madelaine se precipitó por las escaleras, rota de dolor y horror por la visión de su abuelo terriblemente mutilado. Al fin, alcanzó el césped del exterior de la casa. Su estómago reaccionó también, liberando de su interior todo resto del desayuno, ya tan lejano.

Al cabo de unos quince minutos consiguió retomar el control de su cuerpo. Imágenes cruzaban su mente. Nuevas arcadas intentaron tomar el control, pero logró sobreponerse a duras penas. Se concentró en el libro de su abuelo, como guía en la oscuridad del dolor, como asidero en la corriente de la locura. Con esa idea en mente, recuperar ese libro tan importante para su abuelo, consiguió reunir el valor suficiente como para volver a entrar en la casa. Febrilmente, comenzó a buscar el libro en el salón. Nada. Ni rastro. Una mosca se posó en la mano de la bibliotecaria. Soltando un alarido, casi vuelve a salir de la casa. La imagen de su abuelo volvió a su mente. ¡La habitación de Jeremías! Allí había más libros. Incluso alguna carta. Quizá allí hubiera respuestas.

Su cuerpo no respondía, sus piernas querían correr, sus ojos, llorar, su estomago, darse la vuelta, su corazón, quebrarse y su cerebro, encontrar aquel libro. Entró en la habitación fatídica, con los ojos cerrados. Abriéndolos solo lo justo, en la mesilla de su abuelo encontró las llaves de la casa y unas cartas dirigidas a él.

No pudo evitarlo. Volvió a echar una mirada al cadáver destrozado de su pariente. En ese instante, tres fuertes golpes resonaron por toda la casa, haciendo soltar un grito a Madelaine.

- ¡Policía! ¿Hay alguien ahí? –La voz resultaba conocida para la pobre Madelaine. Le daba igual quien fuera, tenía que hablar con la policía, denunciar este hecho macabro, conseguir ayuda, lo que fuera.

Se precipitó escaleras abajo, trastabillando con los escalones. En la puerta de entrada, directamente enfrente de las escaleras, estaba el agente Harper, con los ojos desorbitados, apuntándola con la pistola. Instintivamente, Madelaine se echó al suelo, tapándose la cabeza.

Un único disparo resonó en la habitación, reduciendo a nada todos los demás sonidos.

- Por favor, por favor, por favor, por favor... –El susurro desmayado de Madelaine se fue apagando poco a poco...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 9

Madelaine soltó un suspiro de alivio cuando salió de la biblioteca y el carruaje seguía esperando. Se montó y le indicó al cochero la dirección de su abuelo, en Henley. Madelaine se sentía un poco como las protagonistas de las novelas que leía en el trabajo... Aunque no estaba segura de que eso le gustase, ya había tenido demasiadas emociones por un día. Cuando pasaban al lado de la comisaría, se arriesgó a echar un vistazo. Sin embargo, no fue a Harper a quién vio, sino a la señora Jameson. Hizo parar al cochero.

- ¡Señora Jameson! –Llamó. Catherine Jameson giró la cabeza al oír su nombre y se colocó mejor el sombrero, acercándose al carruaje- Usted también iba a Henley, ¿Verdad? Suba, suba.

- Gracias, hija, pero no me llames “Señora Jameson”, llámame Cathy, por favor –Dicho esto, le guiñó un ojo y se aupó al carruaje, con cierto esfuerzo, debido a su volumen. El cochero arrancó de nuevo.

- ¿Ha sido muy molesto el interrogatorio?

- No mucho, querida, lo normal. Ya sabes me han sobado un poco y esas cosas

- ¡Dios mío! –Madelaine se tapó la boca, escandalizada.

- No es para tanto, cariño –La señora Jameson sonrío pícaramente y le volvió a guiñar un ojo.

Al cabo de unos minutos de viaje, oyeron como un carro se acercaba a toda velocidad detrás de ellas. Preocupada por si chocaban, Madelaine retiró la cortinilla del carruaje para ver un poco mejor. Lo que vio la dejó con la boca abierta. A su misma altura, Arthur McCarthy voceaba y gesticulaba desde otro carro. Madelaine cerró la cortinilla y la volvió a abrir, segura de que sus ojos la engañaban. Desafortunadamente, McCarthy seguía allí, con el sombrero torcido.

-¡Abra la puerta! –Madelaine acertó a leerle los labios- ¡Abra la puerta y échese a un lado!

Asustada, Madelaine hizo lo que le pedían. McCarthy abrió la puerta de su carruaje y tomó impulso. Con un golpe, aterrizó en el asiento de enfrente de las dos sorprendidas mujeres. Se colocó el sombrero y cogió la mano de la bibliotecaria, depositando un beso en el dorso.

- Está loco –Contestó, retirando la mano, como si McCarthy fuese venenoso. Se asomó a través de la ventana y vio al conductor del otro carruaje, con un fajo de billetes en la mano y saludando con la otra al estrambótico personaje que había asaltado su carro. McCarthy, por supuesto, le devolvió el saludo -¿Ha pagado a ese cochero sólo para que nos alcanzara y poder saltar de un carro al otro?

- ¿A que ha estado bien? –Le guiñó el ojo, con una inclinación de cabeza.

- Está loco...

- No te preocupes, querida –La señora Jameson susurró al oído de la confundida Madelaine- Si se sobrepasa lo más mínimo, le arreas una buena patada en los cataplines. Funciona con absolutamente todos los hombres –Sonrío, al escuchar a la pudorosa bibliotecaria soltar un gritito de sorpresa- Y usted, McCarthy, ¿Qué hace aquí?

- Porque somos cómplices –Dijo con voz nasal- Yo cogí la carta del escenario del crimen, y usted, señora Jameson, se la dio a la pelirroja. No quiero que Harper me coja a mi solo, si nos coge, que sea a todos, ¿No?

A las dos mujeres les resultó bastante complicado no poner los ojos en blanco ante las estupideces del señor McCarthy.

- Hablando de la carta, querida, ¿Qué vas a hacer ahora?

- Iré a visitar a mi abuelo, estoy un poco angustiada por él. Pero, me gustaría ir sola, son asuntos de familia, ya saben... –Añadió.

- Por supuesto cariño. McCarthy y yo aprovecharemos para ir a la celebración de la Regata Real. ¿Verdad?

- Eh... Claro, por supuesto.

En Henley se estaba celebrando la famosísima Regata Real. Era un evento muy conocido, y la mitad de Londres estaba allí reunida para ver las barcas que llenaban el Támesis. Por supuesto, la alta aristocracia se daba cita en Henley para disfrutar del evento. Era un buen momento para formalizar relaciones entre familias distintas.

Cuando llegaron debía ser media tarde. Todo el mundo se congregaba en las laderas colindantes al Támesis, esperando su turno para montar en las barcas, o bien paseaban por los puestos que se habían colocado para la ocasión.

- Bueno, esta es nuestra parada –La señora Jameson dio un golpe en la rodilla a McCarthy- Nos encontraras en la feria cuando vuelvas, querida.

Madelaine se despidió de ellos y continuó su viaje. En apenas cinco minutos alcanzó la calle donde vivía su abuelo. Hacía años que no pasaba por allí, pero todo estaba igual que siempre. Ya empezaba a anochecer, y, aunque era verano, la humedad hacía que refrescara bastante. Avanzó deprisa para no coger frío y enseguida alcanzó el número nueve, la casa de su abuelo Jeremías.

lunes, 2 de marzo de 2009

Oscuros designios: Episodio 8

- Espéreme aquí –Madelaine le dio dos chelines al conductor. Bajó apresuradamente, apretándose contra el pecho el bolso donde llevaba la carta. Entró en la biblioteca y saludó a la señora Smith, con la que conversaba a menudo. Madelaine buscó la sección más alejada y a la que ella sabía que menos libros se sacaban. Escogió uno de los volúmenes y escondió el sobre en él. Antes de poder relajarse, oyó un ruido a su izquierda. Una persona le había visto esconder el sobre. Sin embargo, se relajó al instante, era imposible que ese hombre la hubiera visto, pues era ciego.

Una punzada de terror atenazó el cerebro de Madelaine al recordar la advertencia de la carta acerca de los ciegos. Además... ¿Qué hacía un ciego en una biblioteca? Se giró, sobrecogida, y vio como el ciego comenzó a moverse espasmódicamente hacia ella. Temblando violentamente, consiguió recuperar el sobre y corrió en dirección contraria, alejándose del ciego. La bibliotecaria se giró para ver si se distanciaba del hombre y lo que vio hizo que el corazón le diera un vuelco. El anciano estaba sacando un puñal de uno de sus bolsillos y la “miraba” directamente, a través de sus lentes oscuras. Madelaine giró una esquina tratando de huir cuando chocó contra alguien.

- Tenga cuidado –Un joven la agarró del brazo, impidiendo que cayera al suelo.

- Gra... Gracias –Musitó Madelaine. Sin más, el hombre comenzó a andar hacia el pasillo por el que había venido Madelaine. Por el pasillo por el que andaba el viejo del puñal. Madelaine apenas alcanzó a articular unas palabras.

- Disculpe, ¿sabe donde está la sección de jardinería? –Balbuceó, consiguiendo que el hombre se detuviera justo a la entrada del pasillo.

- Creo que está un par de pasillos más allá, aunque sería mejor que se lo preguntara a una bibliotecaria, ¿no cree? –Dicho esto, el joven se metió por el pasillo en el que se encontraba el viejo.

Madelaine corrió hacia el joven gritando “¡Espere!”. Cuando giró la esquina, únicamente encontró al hombre, que ya consultaba un libro. Ni rastro del ciego anciano.

- ¿Sí?

- Na... Nada... –Madelaine estaba muy confundida. ¿Acaso se lo había imaginado todo? ¿Tan nerviosa estaba después del incidente en el tren que veía cosas donde no las había?

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Harper se rascó la nuca, sabedor de que le resultaría bastante difícil encontrar rápidamente a la señorita Monleón. Desesperanzado, echó un último vistazo a la calle. Algunos niños corrían y gritaban jugando. La pelota con la que jugaban fue a parar a los pies de un hombre con bastón. Cuando Harper se fijó en el hombre, casi se le escapa el corazón por la boca. Un ciego se encontraba en la acera de enfrente, clavado en el suelo, con la cabeza girada en su dirección. Un carruaje pasó por la calle entre ellos dos. Cuando terminó de pasar, el ciego ya no se encontraba allí. Harper sacudió la cabeza y sacó un cigarrillo del bolsillo. Llevaba un día de demasiadas emociones.

En ese instante, el profesor Phillips salió de la estación.

- Agente –Llamó a Nick- Tenga, mi tarjeta –Se la entregó- Aquí tiene mi dirección y el teléfono de la universidad. Si necesita ayuda o lo que sea, no dude en pedírmela.

Harper asintió con la cabeza, aún aturdido por la visión del ciego. Se despidió del profesor y echó a andar hacia la comisaría, con la intención de encontrarse con Longtree. De camino, paró en el sastre para comprar una gabardina nueva, pues la suya se había quedado en el tren, tapando los cadáveres.

Perdió media hora, pero al fin encontró una, con mucho mejor aspecto que la vieja. Se la colocó bien sobre los hombros, y echó a andar hacia la comisaría. Con un poco de suerte, el inspector aún estaría allí.

El local donde estaba la comisaría era un auténtico caos, como de costumbre. Estaba abarrotada. Un hombre se resistía y entre dos agentes lograron reducirlo y meterlo entre rejas.

- ¡Nick! ¡Eh, Nick! –Harper se giró y vio a su compañero Calahan llamándole desde su puesto. Ambos entrechocaron las manos.

- ¿Qué haces aquí aún? ¿No te habían destinado a la guardia montada de Henley?

- Si, pero el viaje ha sido un tanto... movido. Oye, ¿Has visto al inspector Longtree por aquí o ya se ha ido?

- Está en su despacho desde hará una media hora, que acabó de hablar con una mujer.

- Gracias, Calahan.

Con un saludo, Harper se dirigió hacia la puerta del despacho del inspector. Levantó la mano y golpeó ligeramente con los nudillos. La voz de Longtree le invitó a pasar.

- Buenas tardes, inspector.

- Siéntese, por favor Harper. Usted dirá.

- Señor, el sobre que mencioné en la estación, ya se quién lo tiene. Al parecer, la señora Jameson se lo dio a la señorita Monleón. Intenté cogerla, pero la perdí.

- De acuerdo, no se preocupe. ¿Recuerda la dirección del sobre? La señorita Madelaine quería ver a su abuelo...

Harper hizo memoria, intentando recordar. Finalmente, consiguió recordar el nombre de la calle, aunque no el número de la casa.

- Bueno, menos es nada. Al menos ya tenemos por donde empezar. Usted está destinado en Henley, ¿Verdad? –Harper asintió- Perfecto. Esta calle está allí. Es muy probable que la señorita Madelaine vaya por allí. Me gustaría encargarle algo. Quiero que la vigile de cerca. Y, si hace algún movimiento sospechoso, tiene usted permiso para arrestarla. De momento es la única pista que tenemos.

- De acuerdo –Harper se levantó de la silla- Buscaré un caballo y saldré ahora mismo hacia Henley. Gracias por todo, inspector.

Nick se dirigió a las caballerizas del departamento de la policía montada. Si la señorita Monleón había cogido un carruaje nada más salir de la estación, le llevaría una hora de ventaja. Con un poco de suerte, la encontraría antes de que llegara a la casa de su abuelo y le resultaría más fácil encontrar dicha residencia.

En unos minutos, ya se hallaba en marcha, galopando camino a Henley.

miércoles, 7 de enero de 2009

Oscuros designios: Episodio 7

- Bueno, agente –El inspector se sentó en una silla, invitando a Nick que hiciera lo mismo- ¿Recuerda algo más?

- Si, señor –Harper puso una mueca al recordar el viaje- El puñal con el que habían asesinado al hombre de la corbata tenia el puño adornado con una serpiente. Además, algo que me llamó mucho la atención es que el cadáver del ciego, cuando intenté tomarle el pulso estaba completamente helado... Mucho más frío de lo que debería haber estado...-Nick se pasó la mano por la descuidada barba de dos días, nervioso.

- Ya veo –El inspector tomó algunas notas- Verá, en cuanto a la temperatura del cadáver, el forense opina que el hombre ciego... –El inspector parecía incómodo- opina que llevaba tres días muerto.

Harper se quedó mudo por la sorpresa. El forense al que se refería Longtree tenía muy buena reputación en Londres. No era posible que se equivocara en algo así.

- En fin, supongo que de momento tendremos que dejar ir a todos los pasajeros del vagón, no tenemos nada concreto contra ellos –El inspector se levantó de su silla- Volvamos a la sala.

Una vez allí, el inspector comenzó a tomar nota de las direcciones de todos los pasajeros del vagón de primera clase del fatídico tren. Harper cogió la estilográfica que le tendió el profesor Phillips. Cuando terminó de escribir, reparó en que el sobre ya no se encontraba sobre la mesa.

- Inspector, ¿Ha cogido usted el sobre que había sobre la mesa?

Longtree negó con la cabeza mientras tendía un papel a la señora Jameson. Harper ató cabos rápidamente.

- Señora Jameson –La llamó en tono duro- ¿Qué ha hecho con el sobre?

- ¿Qué sobre, hijo? –Parecía francamente sorprendida.

- Señora Jameson, no soy ningún niño, haga el favor de no agotar mi paciencia.

- Es que no se de qué sobre me habla –Abrió los brazos y le guiñó un ojo a Nick- Regístreme y convénzase...

- No, gracias. Haga usted el favor...

- Aquí no había ningún sobre –La mujer miró al profesor- ¿Verdad?

Mientras el profesor dudaba qué responder, Madelaine Monleón ya había devuelto la pluma al inspector y cerró la puerta al salir.

- Si que lo había –Dijo, con resignación el profesor.

- Señora Jameson, tendrá usted que acompañarnos, si es tan amable –El inspector cogió la pluma que le devolvía McCarthy.

Al salir, mientras se colocaba el sombrero, McCarthy susurró al oído de Harper:

- Se lo ha dado a la joven pelirroja.

- ¡Será...! –Masculló Harper, dando media vuelta y saliendo corriendo por la puerta.

Ya en la calle, Madelaine buscó un carro con la mirada. Por fortuna, había uno justo enfrente de la estación. Subió apresuradamente y le dio al conductor la dirección de la biblioteca donde trabajaba. Corrió las cortinas justo a tiempo para ver como Harper salía derrapando de la estación, mirando hacia todos lados. Se aplastó contra el asiento y rogó que el policía no se fijara en ella. Por fortuna para ella así fue. En unos 15 minutos alcanzó su destino.

sábado, 3 de enero de 2009

Oscuros designios: Episodio 6

El corazón de Madelaine dio un vuelco al fijarse en el sobre. El destinatario no era otro que su abuelo Jeremías. Se tapó la boca con una mano y, con la otra, señaló el sobre.

- Está dirigido a mi abuelo –Acertó a decir. Alargó la mano hacia el sobre.

- Señorita Monleón –Harper la miró- Eso es una prueba de un crimen, no puede usted cogerla.

- ¡Pero está dirigida a mi abuelo! –Protestó.

- Mire, señorita, primero, efectivamente, está dirigida a una persona llamada Jeremías, que no se si será su abuelo, pero definitivamente no está dirigida a usted, así que no se porqué debería abrirla; -Harper se cruzó de brazos- y segundo, como ya le he dicho, se trata de una prueba de un crimen, por lo tanto, le pido que deje la carta donde está si es tan amable.

- Pero la carta está dirigida a su abuelo, tiene derecho a tenerla –La señora Jameson se levantó.

- Querida –El profesor Phillips la cogió por el brazo- El agente Harper tiene razón. Dejemos ahí la carta.

Pasó otro minuto. Nadie decía nada y Harper encendió otro cigarrillo, nervioso. Hacía media hora que tenía que haberse presentado en su nuevo puesto.

- Bueno, no pasará nada si la leemos. –La señora Jameson cogió el sobre y comenzó a abrirlo, mirando a Harper a los ojos.

- Señora Jameson, haga el favor de dejar ahí la carta, no puede hacer eso.

- Ah, ¿No? –La señora Jameson entrecerró los ojos y terminó de abrir el sobre- Pues acabo de hacerlo. –Comenzó a leer- “Estimado Jeremías, si lees esto, ya estaré muerto” –La señora levantó los ojos del papel un instante. Madelaine se cubrió la boca con las manos. Harper estaba gritando a la señora Jameson algo acerca de que no iban a quedar así las cosas. No hizo caso y siguió leyendo.

Madelaine estaba confundida. ¿Qué clase de disparates estaban escritos en esa carta? Ese tal Cardwrite... Era un gran amigo de su abuelo. Lo recordaba haberlo visto alguna vez de pequeña, en su residencia den Henley. Hombres verdes, la glorieta de Robin Hood, cuidado con los hombres ciegos...

La puerta de la sala se abrió, sobresaltando a todos los presentes. En la puerta se encontraba el inspector Longtree.

- Lamento la tardanza –Se disculpó- Veamos, ¿alguno de ustedes me puede contar que pasó en ese tren?

- Verá, inspector, a los pocos instantes de que entráramos en el túnel que hay de camino a Henley –Harper se pasó la mano por el mentón, con un movimiento nervioso- Oímos un alarido y acto seguido el convoy se detuvo. Cuando pude encender una cerilla comencé a comprobar si los pasajeros se encontraban bien. Cuando al fin alcancé la parte delantera del vagón, el hombre apuñalado estaba con la mano aún en el freno de emergencia, en sus últimos estertores y el hombre ciego colgaba de él, agarrado a su cintura y su corbata. Se me apagó la cerilla, y cuando encendí otra, los cuerpos ya estaban caídos en el suelo.

Los demás pasajeros le miraban con cara de asombro. El detalle de que el hombre de la corbata estaba aún vivo cuando Harper lo vio les hizo, cuanto menos, sorprenderse. Algunos, incluso, recelaron del policía. ¿Quién les decía que no había sido el mismo Harper el que le había asesinado?


- Está bien, agente Harper, acompáñeme por favor.

Harper pisó la colilla de su cigarrillo y siguió al inspector, con las manos en los bolsillos de su gabardina. Le llevó a otra sala un poco más apartada del bullicio.

En cuanto la puerta se hubo cerrado, la señora Jameson cogió el sobre que aún estaba encima de la mesa.

- Toma querida –Se la puso en las manos a Madelaine, que la agarró sorprendida, sin saber muy bien como reaccionar- ¡Vamos, guárdala antes de que vuelva ese Harper!

- Gra... gracias. –Se apresuró a guardar la carta entre las cosas de su bolso. La señora Jameson le dedico un guiño y comenzó a abanicarse de nuevo, muy satisfecha de sí misma.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 5

La puerta que comunicaba el vagón con la máquina se abrió de repente, sobresaltando al pobre Nick, que dejó caer de nuevo el fósforo.

- ¿Se puede saber quién ha activado el freno de emergencia? –El tono del revisor se fue apagando conforme fue viendo la escena, iluminada con su farol –Dios santo...
Harper estaba agachado, con la cara cubierta de sangre. Los dos cuerpos muertos estaban el uno encima del otro, el del hombre ciego boca abajo sobre el hombre de la corbata. Los viajeros del vagón se acercaron para ver mejor que había pasado.

- Yo que ustedes no me acercaría demasiado –Harper se pasó una mano por la cara. Evidentemente ninguno de los ocupantes le hizo caso –Se lo advertí. –Dijo al oír las exclamaciones de los demás. Madelaine se cubrió la boca con las manos al ver la dantesca escena.

- Será mejor que llame a la policía.

El revisor volvió a la maquina por la puerta por la que había entrado.

- Écheme una mano a voltearlo –El hombre de blanco le dio un codazo a Harper.

- No deberíamos moverlo...-Comenzó a decir. No obstante, el hombre no le hizo ni caso y ya estaba volteando el cadáver del hombre ciego. Al quedar boca arriba, las gafas resbalaron por el rostro del anciano. Todos soltaron una exclamación de horror y Harper volvió a trastabillar. Las cuencas de los ojos del hombre estaban completamente vacías, como si nunca hubieran contenido globos oculares.

- Dios mío... –Harper le puso los dedos en el cuello al anciano, solo por asegurarse. Retiró la mano al instante- Está helado... ¿Cómo puede ser?

Harper se quitó la gabardina y la echó sobre los dos cadáveres, para que las mujeres no siguieran mirando la horrible escena.

A los pocos minutos, un hombre subió al tren. Llevaba una gabardina gris y era bastante rollizo.

- Buenos días, soy el Inspector Longtree. ¿Qué ha pasado aquí? –Su mirada se posó en los dos cadáveres, que asomaban ligeramente de la gabardina de Nick –Dios mío... Por favor, necesitaré que bajen del tren.

Todos comenzaron a bajar del vagón. Harper se demoró un poco más, pues regresó a su asiento para coger su maletín y su carpeta, con los papeles de su ascenso y toda la información que poseía. Una vez bajó del vagón, abrió su maletín, sacó su placa y se dirigió al inspector.

- Inspector Longtree –Este se giró hacia él- Soy el agente Harper, si necesita mi ayuda, estoy a su servicio.

- De acuerdo agente, muchas gracias. De momento, es mejor que vaya con el resto de pasajeros, les llevaremos de vuelta a la estación y allí podremos hablar más tranquilamente.

Harper asintió con la cabeza y se llevó un cigarrillo a los labios, encendiéndolo ansiosamente. Dio una profunda calada y continuó andando con el resto de sus compañeros de viaje. En el resto de vagones, la gente estaba asomada a las ventanas sin cristales, preguntando y dando voces, quejándose de la parada del tren, ajenos por completo al asesinato que se había llevado a cabo en el primer vagón de su transporte. Algunos de los rostros, al estar entre las sombras sobresaltaban a Nick. Le parecía ver rostros sin ojos por todas partes. Dio una gran calada y siguió andando, intentando no pensar en ello.

El hombre excéntrico del traje blanco se puso muy nervioso al oír que Harper era un agente de policía, ya que había tocado la escena de un crimen. Pensativo y alterado, continuó andando con el grupo.

......................................................................

Los seis llevaban ya una hora esperando en una sala de la estación de trenes de Londres. Aún no había vuelto el inspector Longtree para hablar con ellos.

Nick sacó un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Antes de encender el fósforo, lo pensó un momento y se giró hacia su vecino más próximo, el hombre mayor con boina.

- ¿Le importa que fume?

- Por supuesto que no –El hombre sacó su pipa y la encendió, ofreciéndole a Harper fuego para encender su cigarrillo- Supongo que debería presentarme. Soy el profesor George D. Phillips. Puede llamarme George si lo desea, agente.

- Yo soy el agente Harper, profesor Phillips –Contestó Nick, sin hacer caso del hombre –Encantado –Le entrechocó la mano.

- ¿Falta mucho para que nos permitan irnos? –La mujer joven parecía nerviosa- Oh, bueno, disculpen que no me haya presentado, mi nombre es Isabella Wonderford.

Nick y el profesor Phillips inclinaron la cabeza. El hombre de la perilla estaba muy nervioso, no dejaba de mirar a Harper.

- Yo soy Arthur McCarthy –Se quitó el sombrero y se lo volvió a colocar. Hablaba con voz nasal. Todos le devolvieron el saludo.

- Pues yo soy Catherine Jameson –La mujer regordeta se abanicaba vigorosamente con el abanico y levantó la barbilla al presentarse, con aire de suficiencia- Hijo, deja de morderte las uñas –Se dirigió a McCarthy.

- Y usted, señorita, ¿Quién es? –Nick miró a la joven pelirroja.

- Me llamo Madelaine Monleón –Se subió las gafas.

- ¿Monleón? –Nick levantó una ceja y le dio una calada al cigarrillo- ¿Portugués? ¿O español, quizás?

- Tengo sangre española, si es a lo que se refiere...

Un silencio incómodo se hizo en la sala, interrumpido sólo por el abanico de la señora Jameson y las caladas ocasionales del agente Harper y el profesor Phillips.

- Pues yo he robado –Barbotó McCarthy, que parecía haberse quitado un peso gigantesco de encima en cuanto dijo esto. Harper le miró de hito en hito, sin saber muy bien como reaccionar- Es que... lo pisé en el tren y... me lo quedé...-Sonrió nerviosamente- No se porque lo hice...

Harper extendió la mano en su dirección, con cara de pocos amigos y McCarthy, nervioso le entregó un sobre, que, efectivamente, tenía una pisada impresa en sangre. Meneando la cabeza, el agente dejó el sobre encima de la mesa que había en la sala.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 4

Efectivamente, cuando Madelaine se asomó, el revisor estaba ayudando a un hombre muy anciano a subir al vagón. Los anteojos oscuros y el bastón que llevaba hicieron saber a los ocupantes que el nuevo pasajero era ciego. Era muy alto, enjuto y arrugado. Además, la ceguera no parecía ser su única minusvalía, pues andaba tambaleándose con mucha dificultad, arqueando el cuerpo, muy rígido. Dio un par de golpes por el suelo mientras buscaba un asiento con la ayuda del revisor, hasta que se sentó justo enfrente del hombre nervioso, el cual torció el gesto, visiblemente disgustado por la compañía, pues el primer banco del vagón, donde estaban sentados, los dos bancos se miraban, así que no tenía más remedio que mirar al hombre ciego sentado enfrente de él. El resto de viajeros lo único que veía eran las espaldas de los demás, pues los bancos eran individuales.

Por fin, al cabo de unos instantes, el tren se puso en marcha. La gente del andén saludaba a los viajeros. Nick se recostó en su asiento, intentando relajarse. Tenía por delante una hora larga de viaje. Madelaine le miró con desaprobación antes de volver a centrarse en su libro. Sin embargo, a los pocos instantes, tuvo que parar, pues el caballero del traje blanco sentado delante de ella, agitaba la cabeza al ritmo de las ruedas del tren, siguiendo el sonido, poniendo a la bibliotecaria de los nervios. No podía creer que tuviera que estar compartiendo tren con ese desarrapado y con el hombre sentado delante de ella, que, evidentemente, estaba mal de la cabeza.

El tren continuaba su marcha a siguiendo los raíles, traqueteando. Por quinta vez, la bibliotecaria Madelaine tuvo que interrumpir la lectura de su libro, pues acababan de entrar en un túnel y la oscuridad se hizo absoluta. De pronto, un terrible aullido de dolor atravesó los oídos de los pasajeros, que quedaron sobrecogidos. El tren frenó bruscamente, provocando que los ocupantes de los asientos salieran despedidos hacia delante. Nick se golpeó en la frente, haciéndose una fea herida que comenzó a sangrar.

- Mierda –Masculló- ¿Están todos bien? ¿Me oyen? Joder, que gilipollez –Nick metió la mano en su gabardina y buscó los fósforos. Cuando consiguió encenderlo, vio a la señorita Madelaine en su asiento, pálida y con las gafas descolocadas.

- Estoy bien, gracias –Musitó, intentando colocarse las gafas.

Un poco más adelante, el hombre de la pipa y la boina estaba bien también, solo se había roto las gafas, haciéndose un pequeño corte en la mejilla. Nick se quemó los dedos al terminar de consumirse la cerilla. Con una maldición encendió otra y continuó avanzando por el vagón. La mujer regordeta del abanico parecía estar bien también, y la mujer joven, agarrándose el brazo le dijo que no se preocupara, que estaba bien. La cerilla se consumió de nuevo. Nick avanzó un par de pasos dispuesto a preguntar al hombre ciego y al hombre de la corbata mientras sacaba un nuevo fósforo. Cuando lo consiguió encender con las manos aún temblorosas del susto al haber escuchado el terrible alarido, lo que iluminó el pequeño globo de luz le sobrecogió. Con un grito, Harper soltó la cerilla y trastabilló un poco. Lo que había visto no se le olvidaría jamás, se quedaría con esa imagen clavada en su mente por el resto de sus días. Agarrado con una mano, Nick encontró colgando del cable de frenada de emergencia del tren al hombre de la corbata, con la boca abierta en un aullido mudo. En su pecho, un puñal con la empuñadura adornada con una serpiente. Pero lo peor de todo, si algo podía ser peor, era que el hombre ciego estaba agarrado a la cintura y la corbata del pobre diablo apuñalado. El hombre ciego tenía los miembros crispados, agarrotados y estaba medio caído.

Al soltar Nick la cerilla, todo se volvió a quedar en la oscuridad más absoluta, y oyó los últimos estertores del hombre apuñalado. Con un golpe sordo, el cuerpo cayó al suelo, y algo húmedo y caliente salpicó a Harper. Muerto de terror, Nick alcanzó a encender un nuevo fósforo. Los dos cuerpos estaban en el suelo, indudablemente, muertos.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 3


Poco a poco fueron entrando más viajeros. Delante de Nick, se sentó un hombre de unos cuarenta años, ataviado con una boina, fumando en pipa y con un pequeño bigote. El caballero saludó a Nick y a Madelaine antes de ocupar su asiento. Al minuto siguiente, entró una mujer, bastante regordeta, también de unos cuarenta años, ataviada con un sombrero. Saludó a los tres viajeros y, con algo de dificultad, se sentó en su asiento, delante del hombre de la pipa y la boina. A los pocos instantes, un hombre con perilla, vestido completamente de blanco entró en el vagón. El traje era muy elegante, pero no hacía juego con el sombrero que llevaba, negro, así como con unos anteojos que llevaba, completamente redondos y oscurecido, con patillas metálicas. Al sentarse y echarse hacia atrás, se le cayó el sombrero, en el asiento posterior, en el cual estaba sentada Madelaine. La bibliotecaria se sobresaltó, ya que había sacado un libro y se estaba intentando concentrarse en la lectura.

- Disculpe, señorita –El hombre se inclinó y recogió el sombrero del suelo, casi entre las piernas de Madelaine- Se me cayó... –Acto seguido, volvió a calarse el sombrero.

Furiosa, Madelaine tiró de su falda hacia abajo, quitándole las arrugas. Fulminó al estrambótico hombre con la mirada mientras se recolocaba un mechón de cabello pelirrojo detrás de la oreja. Volvió a bajar la mirada pero enseguida tuvo que colocar el dedo entre las páginas, pues le llegó hasta la nariz el fuerte olor a tabaco procedente del cigarro de Nick y la pipa del hombre de la boina, ya que la mujer regordeta había sacado un abanico y al agitarlo violentamente, provocaba que el humo fuera hacia la joven.

- Disculpe, ¿Le molesta que fume, señorita? –Nick la miró.

- No se preocupe –Madelaine se movió hacia la ventana y la abrió de par en par, buscando aire fresco. Aún así, Harper apagó el cigarrillo. Al levantar la mirada, Nick vio a una mujer que acababa de subir al convoy, bastante joven y muy guapa, que saludo a todos los viajeros antes de sentarse delante del excéntrico hombre del traje blanco y perilla.

Finalmente, un hombre con camisa y corbata subió al vagón. Parecía bastante nervioso, y agarraba su billete, buscando su asiento con la mirada. Finalmente, se sentó en el primer banco, el más alejado de todos los demás pasajeros.

Por fin, después de unos minutos, el revisor cerró las puertas. El maquinista hizo sonar la bocina un par de veces, lo cual hizo que la mujer del abanico lanzará un par de carcajadas nerviosas cada vez que la oía. Harper intentó no poner los ojos en blanco. Cada vez tenía más claro que estaba bastante fuera de lugar, rodeado de tanta gente con dinero.

- ¡Espera, espera! –El revisor dio unos golpes, para llamar la atención del maquinista –Todavía queda un pasajero.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 2

A las once y media de la mañana, Nick ya estaba en la estación, esperando pacientemente la llegada de su tren. Sacudió la mano para apagar la cerilla con la que había encendido su cigarrillo y echó un vistazo por el andén, sin poder evitarlo. Al fin y al cabo, llevaba tres años vigilando por las calles de Londres. Metió la mano en el bolsillo y sacó el billete que le daba acceso a su asiento en el tren.

- Vaya, primera clase –Pensó, sacudiendo la ceniza- Parece que por fin los de la comisaría se han estirado. Aunque con la miseria de sueldo que me pagan, supongo que tendrán presupuesto de sobra para estas cosas...

El andén estaba abarrotado cuando por fin llegó el tren a la estación. Con un resoplido perezoso, el convoy frenó, levantando grandes nubes de vapor caliente. El día no era excesivamente caluroso para ser verano, aunque tampoco hacía frío. En general, podría decirse que la temperatura era agradable, lo cual la mayor parte de los londinenses agradecía.

- ¡Pasajeros al tren! –Llamó un revisor, con un gran mostacho. La muchedumbre comenzó a arremolinarse, entregándole los billetes al hombre, que los iba marcando según entraba la gente. Nick comenzó a avanzar hacia el vagón de primera clase, el situado justo a continuación de la máquina. Al alcanzar la puerta correspondiente, se comenzó a sentir un poco fuera de lugar. Las personas que estaban allí iban todas muy bien vestidas, con buenos trajes y las mujeres con unos peinados muy elaborados. En cambio, él iba vestido con una camisa y unos pantalones muy usados y una gabardina raída. Además, su aspecto dejaba bastante que desear, pues presentaba una descuidada barba de dos días, que provocó un par de miradas desdeñosas por parte de las mujeres. Encogiéndose de hombros, Nick entregó el billete al revisor, que al devolvérselo, le indicó amablemente dónde se encontraba su asiento.

Madelaine se colocó las gafas empujándolas con el dedo y entregó su billete al revisor. Acto seguido, entró en el vagón. Los asientos eran de madera forrada, y las paredes brillaban, pulidas y barnizadas. Buscó con la mirada su asiento y torció la nariz, al fijarse en el hombre desaliñado que iba a estar en el asiento del lado izquierdo del pasillo, a la misma altura que el suyo, que estaba en el lado derecho.

- Fíjate –Pensó para sí misma- Lo mira todo con la boca abierta, como si nunca hubiera montado en un tren. Y qué aspecto... Ugh... No se como puede viajar una persona así, con gente con clase como yo...

La bibliotecaria ocupó su asiento y le dedicó un gélido “Buenos días” a Nick Harper, el cual respondió al saludo con una inclinación de cabeza, antes de dar unos golpecitos en los cristales, como si no se terminara de creer que estuvieran allí. Por una vez, no pasaría frío en el tren.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 1

Hoy comienzo un nuevo relato que quiero compartir con vosotros. Sin embargo, en esta ocasión, me gustaría pediros que os olvidéis de la fantasía, de los elfos y enanos, y os trasladéis al Londres de finales del siglo XIX. Os invito a que disfrutéis conmigo de este terrible relato de terror. Recostaos en la silla, bajad las luces y comenzad a leer. Espero que lo disfrutéis.

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Londres, 16 de Junio del año 1891


Madelaine Monleón seguía llenando su maleta con efectos personales. No podía quitarse de la cabeza la sensación de angustia tras leer la carta de su abuelo Jeremías. En la misiva, le urgía a ir a Henley, a recoger un libro de tapas negras, de grandes dimensiones. Le pedía asimismo, que lo escondiera en la biblioteca donde trabajaba, allí en Londres. Lo más estresante para Madelaine era el tono de urgencia que salpicaba la carta, y, por encima de todo, las últimas líneas del escrito: “Por favor, sé muy discreta con este asunto, no comentes con nadie la existencia del libro ni muestres a nadie esta carta. Es un asunto de vida o muerte.”

Finalmente, se quitó las gafas y se acostó, inquieta, preocupada por su abuelo. Hacía años que no le veía, pues había pasado muchos años en España, estudiando. Sin embargo, Madelaine tenía un cariño especial por el anciano, pues era casi el único que en su familia le había tomado en serio cuando se interesó por los libros. Durante su estancia en España, Madelaine echó mucho de menos a su pariente.

Antes de dormirse, comprobó una vez más que tenía el billete para el tren de las doce con destino a Henley. Volvió a meterlo en el bolso de mano e intentó relajarse, pensando en sus queridos libros y la tranquilidad de su biblioteca. Al fin y al cabo, solo tenía que recoger un libro. No había nada que temer...

Unas cuantas manzanas más hacia el sur, Nick Harper tampoco podía conciliar el sueño. Por fin, después de tres años de servicio, patrullando las calles de Londres, había conseguido el ascenso al departamento de Policía Montada. Le habían destinado a Henley, que, según las informaciones que había logrado recabar, era un pueblo muy tranquilo, así que sería ideal para que comenzara con buen píe en su nuevo puesto. Nick se aseguró de llevar fósforos en su gabardina y apagó la luz, deseoso de llegar a Henley y poder montar sobre Black Arrow, su caballo, que, desde el día anterior, ya se encontraba en su destino.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Profecía: Episodio 8

- Fantástico, ahora cosas que vuelan –Rezongaba Bróderik para sus adentros, afilando furioso su hacha.

Lo cierto es que la moral del grupo estaba algo tocada. Apenas llevaban 10 horas allí, y habían perdido un compañero y las sillas se lanzaban hacia sus cabezas. ¿Qué sería lo próximo?

- ¿A vosotros como os convencieron de que vinierais a esta misión? –Rubénidas habló a todo el grupo- A mí el pregonero de Manifiesto me entregó una carta.

- A mí también.

- Y a mí.

Hubo un asentimiento general.

- Supongo que nos eligieron por nuestro aspecto –Dijo Eire- Quiero decir, que vamos armados, y parecemos fuertes, al menos comparados con el resto de habitantes de Manifiesto –Añadió al notar las miradas de todos- El caso es que ahora no podemos rendirnos, eso sería de cobardes.

Bróderik asintió. Parecía que ya había olvidado el mal trago del fantasma de Lord Arrakis y de su huída. Rubénidas estaba un poco más allá, a punto de volverse loco con el chirriar que provocaba el enano mientras afilaba su hacha, pues no podía concentrarse para repasar los conjuros de su libro. Los magos, en Mendeliah, el mundo que habitamos, necesitan estudiar a diario sus conjuros, pues en cuanto los lanzan, su conocimiento escapa de sus mentes y, por lo tanto, olvidan el hechizo de forma inmediata. Por ello, siempre tienen que cargar con pesados libros. Los druidas, sin embargo, obtienen el poder de la naturaleza, por lo tanto no tienen esa limitación, así como los hechiceros, que obtienen su poder del maná que flota en el aire, rodeándonos a todos. Los hechiceros simplemente canalizan ese maná. Por desgracia para ellos, eso provoca que el número de hechizos que dominan es muy pequeño en comparación con los magos, pues ellos pueden llegar a conocer cientos (tantos como escritos en su libro) y los hechiceros apenas conocerán un puñado de ellos.

La noche siguió avanzando, y dieron las tres de la madrugada. Cuando los ecos de la última campanada se disiparon, unas carcajadas fantasmales resonaron en la estancia, y una horrible voz se metió en los tímpanos de los aventureros.

- ¡OS LO ADVERTÍ! ¡AHORA, MORIREIS!

domingo, 30 de noviembre de 2008

Kartat´ch, Radiki y Abraxas: Episodio 8

- Chicos –Llamó Matzira- Venid aquí, estos dos –Señaló a Cubert y a Norry- Tienen algo interesante que contarnos.

Cuando se acercaron todos, Cubert comenzó a hablar.

- Bueno, quizá no hayamos sido todo lo sinceros que podríamos ser. En realidad no somos comerciantes, sino…

- Contrabandistas –Completó Norry- Ya sabéis, compramos cosas en tierras lejanas…

- Para venderlas aquí, más caras – Terminó Cubert- El caso es que vemos que os dirigís en la dirección en la que nosotros escondimos nuestras cosas. Es una tumba horrible, llena de monstruos y no podemos volver a por ellas. Nos gustaría pediros el favor de que nos ayudaseis a recuperarlas… -Terminó sin mucho convencimiento.

- ¿Qué clase de criaturas habitan en la tumba? –Inquirió Kartat´ch

- De todo –Se estremeció Norry- Realmente no las vimos muy bien, podrían ser solo kobolds, pero más bien parecían…

- Sombras –Terminó Cubert- Sombras que se desvanecían y se fundían con la oscuridad… Como si pertenecieran a ella…

Kartat´ch miró a sus compañeros de forma significativa. Todos recordaban la muerte de su compañero a causa de unas sombras.

- Está bien, guiadnos hasta la tumba.

Cubert y Norry se miraron, sorprendidos de que hubiesen accedido tan rápido. Tras un par de días de viaje llegaron a la tumba, que debió pertenecer a alguien importante en un tiempo remoto, ahora olvidado.

- Cuidad a los caballos –Gruñó Kartat´ch- Si al volver les ha pasado algo, os arrepentiréis.

Norry y Cubert tragaron saliva, y asintieron fervientemente con la cabeza.

Después de unos resbalones llegaron a la entrada de la tumba, la cual estaba sellada por una verja de hierro. Intentaron abrirla de diversos modos, hasta que Kartat´ch dio con la solución, al tirar de ella hacia arriba. Una vez el camino estuvo despejado, pudieron avanzar hacia el interior de la tumba.

Se encontraron con un pasillo oscuro, tan oscuro que Víctor tuvo que encender una antorcha para poder iluminar algo la estancia. El pasillo desembocó en una sala amplia, atravesada por un foso de 30 pies de ancho, sobre el cual pendía un puente de aspecto bastante seguro. Al otro lado se podían divisar dos túneles, uno a la derecha y otro a la izquierda, y entremedias, justo en frente del puente, una cara de color dorado, representando a una especie de demonio sonriente.

- Será mejor que crucemos el puente de uno en uno –Siseó Matzira- parece seguro pero nunca se sabe. Iré yo delante.

viernes, 28 de noviembre de 2008

La Profecía: Episodio 7

Al cabo de unos minutos, la puerta volvió a chirriar. Era Bróderik el que entraba de nuevo en el templo, después de haber salido despavorido.

-¡No me miréis así! -Broderik no miraba a ninguno a los ojos- No es que haya huido, ¡Eso es absurdo! Es que... hmmmm -Frunció el ceño- ¡Tenía que ir al baño!

Dicho esto, puso cara de satisfacción y comenzó a afilar su hacha, sentado en un rincón del templo, el más alejado que encontró del ataúd. Ni que decir tiene que ninguno en el grupo creyó la versión del enano. Todos estaban preocupados. La "sencilla misión" se había convertido en algo francamente peligroso. Apenas llevaban unas horas en el monasterio y ya habían perdido a uno de los miembros del grupo.

Todos dieron un bote cuando el reloj del campanario dio la una. Estremeciéndose, Bróderik continuó afilando el hacha, a pesar de que el resto estaba harto del sonido chirriante que provocaba.

Eire parpadeó. Volvió a parpadear.

-Chicos, ¿Están moviéndose las sillas?

No bien terminó de hacer la pregunta, una de las sillas se lanzó volando hacia su cabeza. Sin saber como, Eire logró partirla en dos con su espada antes de que la golpeara. Ragnar no tuvo tanta suerte, pues uno de los asientos se hizo astillas contra su frente. Lo único que le dio tiempo a decir fue: "Au...". Por su parte, Rubénidas logró saltar a un lado antes de que una de esas infernales sillas le alcanzaran.

- Por fin ha parado -Idril la druida se secó el sudor de la frente- ¿Estáis todos bien?

-!DETRÁS DE TÍ¡ -Advirtió Bróderik
Idril se giró. Detrás de la druida, la mesa de roble macizo volaba a gran velocidad hacia ella. Rogando a la naturaleza, Idril extendió violentamente los brazos ante ella, como para detenerla. Eire cerró los ojos, era imposible que una elfa pudiera aguantar el impacto de una mesa de mas de 200 libras de peso a toda velocidad. Cuando abrió de nuevo los ojos, Idril se miraba las manos, que aún brillaban levemente. A su espalda, la mesa estaba completamente partida en dos pedazos. A sus pies, había un pequeño montón de serrín. Gracias al poder de Obad-Hai, dios de la naturaleza, Idril había encontrado poder suficiente para transformar la parte central de la gran mesa en astillas y serrín, salvándose de ese modo de acabar aplastada.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Hoy, desde mi escritorio, lo que os tengo que contar es que me han regalado estos Besos. Me los ha regalado Marinel, y tengo que decir que estoy muy contento, que no se me ocurre que decir, porque no me esperaba que nadie me fuera a dar regalos y que se me da muy mal la improvisación.

MUCHAS GRACIAS MARINEL

Quiero, asimismo agradeceros a todos los que leeis mi blog, pues ya son más de 250 visitas, muchas más de las que me esperaba. Gracias a todos vosotros, así se hace más fácil escribir. También gracias a todos los que me dejais comentarios, espero estar siempre a la altura de vuestras espectativas.


Quiero dar este regalo a las siguientes personas:


- A Natacha (http://ylaluzsehizo.blogspot.com/)

- A Leznari (http://lezenlared.blogspot.com/)

- A Bea (La Rizos) (http://beabiofrutas.blogspot.com/)

Gracias a todos. En un día volveremos a tener de nuevo a nuestros héroes viviendo sus aventuras. Un saludo:

Elessar Linwëlin

martes, 25 de noviembre de 2008

Kartat´ch, Radiki y Abraxas: Episodio 7

- ¿Estáis todos bien? –Preguntó Kartat´ch- Déjame mirarte la pierna.

- No es necesario, estoy bien –Siseó Matzira, vendándose el mordisco.

Norry y Cubert por fin salieron de su escondite, después de asegurarse de que no había peligro. Víctor les lanzó una mirada desdeñosa. Por su parte, Abraxas estaba de nuevo sumido en sus propios pensamientos, después de envainar su arma.

- Es evidente que no podemos seguir aquí, a pesar de esta lluvia –Dijo el hechicero.

- No podemos irnos de aquí con los caballos, podrían romperse una pata –Le gruñó Kartat´ch.

- Joven amigo, ven aquí, que tengo que hablarte de aquellas monedas –Dijo Víctor a Abraxas, que enarcó las cejas, sorprendido. Radiki tuvo que hacer un esfuerzo supremo para no poner los ojos en blanco ante la poca discreción de su compañero.

- ¿Cómo te lo explicaría? Tienes que entender que Kartat´ch –Vociferaba en un tono tan alto que no hacía falta esforzarse por oír lo que decía- como mujer que es pues se preocupa de los animalillos y esas cosas. Si te soy sincero no sé que hace de aventuras por ahí, en vez de estar en casa fregando y barriendo. No creo que consigas hacer que mueva sus preciados caballos –Víctor puso una mueca- No se si me entiendes lo que te quiero…

Su frase se vio cortada por el impacto de su mochila contra su cabeza, que había arrojado Kartat´ch

- ¡Nos vamos! -Ladró- Pero como les pase lo mas mínimo a los caballos…

- ¡Os acompañamos! –Exclamaron al unísono Norry y Cubert.

Y así emprendieron el camino los siete, a través del oscuro pantano, internándose cada vez más y más. Avanzaban muy despacio debido a los caballos, pues se hundían en el fango y tenían muchos problemas para moverse. Parecían seguir una especie de plano que portaba Kartat´ch, que consultaban de vez en cuando. Durante el viaje se fueron conociendo un poco más.

- Joven mago –Dijo Radiki, dirigiéndose a Abraxas sobre los hombros de Víctor, pues el fango le llegaba hasta las orejas y no podía caminar- He observado que no necesitáis un libro de conjuros para lanzar vuestros hechizos.

- Así es, soy lo bastante poderoso como para no necesitar cargar con un estúpido libro, como tenéis que hacer vos, pequeño amigo –Contestó Abraxas, de malos modos, mirando el libro de conjuros del gnomo.

A Radiki no le debió sentar muy bien el comentario del hechicero, pues se cruzó de brazos y refunfuñó algo acerca de los hechiceros y su soberbia, al tiempo que le daba una coz a Víctor.

-¡EH! –Vociferó- ¡Como se te vuelva ocurrir sacudirme, te tiro al fango y ahí te las compongas!

- Está bien, entonces no eres un mago sino un hechicero, mi joven amigo –Dijo Radiki, intentando no parecer molesto- Lo que si me ha sorprendido es que no necesitas mover las manos ni pronunciar en voz alta el conjuro que quieras lanzar…

- Efectivamente, como te dije antes, soy lo bastante poderoso, en este caso como para no tener que vociferar mis conjuros.

Ante esta contestación, Radiki volvió a cruzarse de brazos, pero con tanto ímpetu que esta vez Víctor perdió el equilibrio y cayó de bruces al fango.

- ¡MALDITA SEA! ¿ESQUE NO PUEDES ESTARTE QUIETO UN MOMENTO? ¡SI YA SABÍA YO QUE NO ERA BUENA IDEA VIAJAR CON UN GNOMO! ¡ME CAGO EN LA LECHE! ¡ODIO LOS PANTANOS! –Bramaba con el puño en alto en dirección a Radiki, que había conseguido encaramarse a uno de los caballos.

Después de sacudirse la mayor parte del barro, se dirigió a Kartat´ch.

- ¿Has oído a Radiki? –Le preguntó- El chaval es capaz de hacer magia sin mover las manos ni pronunciar como él.

- Si que le he oído –Asintió con pesar.

- No me gusta un pelo –Víctor miró a Abraxas- Si te ataca un mago, por lo menos sabes que te va a hechizar porque se pone a gesticular y a vociferar palabras raras, pero el chico no tiene que hacerlo.

- Lo sé, es horrible –Dijo Kartat´ch, con tono de preocupación- Simplemente con mirarte puede hacer que revientes en mil pedazos, como el lobo de las ruinas. No puedes defenderte de eso…

sábado, 22 de noviembre de 2008

La Profecía: Episodio 6

El interior del monasterio era, como se podía intuir, muy pequeño. Apenas contaba con un par de aberturas en la pared, un nicho y un lugar apropiado para rezar. Al fondo, el grupo pudo distinguir el ataúd de Lord Arrakis. Éste se encontraba con la tapa abierta, dejando al descubierto al Lord, ataviado con una armadura brillante y una gran espada larga.
En medio del templo había una gran mesa de roble macizo, con varias sillas alrededor. Aprovecharon para hacer una comida a media tarde, aburridos de pasar tantas horas en el monasterio. No obstante, por desgracia para ellos, a media noche, el aburrimiento se terminó...
Cuando la última campanada resonó en sus oídos, una figura fantasmal comenzó a formarse por encima del ataúd. Todos se levantaron en el acto, sorprendidos por la repentina aparición. Lo más terrorífico de todo aquello, es que , a la luz de las antorchas del templo, dicha figura fantasmal era la viva imagen de Lord Arrakis.
- ¡Nunca conseguiréis mi corona! -El fantasma habló con una voz de ultratumba, que helaba el tuétano de los huesos -Marcháos de aquí si no queréis sufrir las consecuencias.
- ¡Un enano nunca huye, bastardo! -Bróderik había sacado el enorme hacha y hablaba señalando con ella al fantasma- ¡El que tendría que correr eres tú!
- ¡Cállate! -Susurró Naaron, agarrando al pequeño enano por un brazo -Nos matará a todos, no le enfades
- ¡Suéltame!
- Sea, vosotros lo habéis buscado...
Dicho esto, el fantasma se abalanzó hacia Naaron. El hombre quedó rodeado de una niebla espesa, a través de la cual se le veía borroso. Naaron intentó gritar, pero la niebla se introducía por su nariz y boca, impidiéndole hablar. Estiró el brazo intentando alcanzar a alguno del grupo, sin conseguirlo. Con gran angustia, Eire trató de alcanzarle, mas no tuvo tiempo. Cuando su mano estaba a punto de coger la rolliza mano de Naaron, éste desapareció, dejando tras de sí sólo una neblina en el punto en el que se había encontrado. Unas carcajadas fantasmales resonaron en la estancia.
- Y esto es solo una advertencia. ¡EL QUE SE QUEDE AQUÍ MORIRÁ!
En el grupo no sabían que hacer, comenzaron a correr como locos de un lado a otro, buscando a Naaron, llamándole por su nombre, pero no obtuvieron ninguna respuesta. Tan solo el sonido de sus ecos resonantes. A estos sonidos se unió el de la puerta del templo. Alguién no había podido aguantar más y había salido del monasterio...

viernes, 21 de noviembre de 2008

Kartat´ch, Radiki y Abraxas: Episodio 6

Los que se habían dormido tuvieron un despertar movido, pues a las 6 de la mañana comenzó a llover a cántaros.

- ¡Mierda! –Bramaba Víctor- ¿Por qué tiene que llover ahora precisamente?

Recogieron todo apresuradamente, cubriéndose con las capas para ir a refugiarse a una especie de templete que aún tenia un techo, en medio de aquellas ruinas.

- Estupendo, esperaremos aquí a que escampe –Dijo Radiki.

- ¿Nos vamos a quedar? –Preguntó Víctor- Deberíamos partir ahora mismo a… a…

Víctor le lanzó una mirada de soslayo a Abraxas y a los dos comerciantes mientras le decía a Kartat´ch, en un tono mucho más alto del necesario.

- Ven, que tengo que hablar contigo acerca de aquellas monedas.

Comenzaron a hablar en cuchicheos. Al menos, Kartat´ch lo hacía, a Víctor se le podía oír sin ninguna clase de problema, a pesar de la lluvia que caía más allá del techo bajo el que se habían cobijado.

- Deberíamos contárselo al chico –Dijo, mirando a Abraxas- Ya has oído al gnomo, es un mago y nos vendría bien tener otro.

- No podemos fiarnos de él, no le conocemos de nada -Kartat´ch negaba con la cabeza.

- Pero aún así, no podemos dejar pasar una oportunidad así…

Súbitamente, entre los gemidos del viento entre las ruinas, distinguieron los aullidos de unos lobos.

- ¡Lobos! – Chillaron Norry y Cubert al unísono mientras se abrazaban el uno al otro, corriendo a esconderse detrás de una columna.

Mientras el grupo desenvainada sus espadas, Abraxas había hecho lo propio, un lobo descomunal se lanzó al interior de las ruinas, y antes de que nadie pudiera reaccionar, se abalanzó sobre Matzira, mordiéndola en una pierna y derribándola. La mujer soltó un alarido de dolor, incapaz de ensartar al lobo con su lanza. Súbitamente, el lobo salió despedido, dando tumbos y soltando un gañido. Radiki miró hacia a Abraxas y vio cómo sus ropas ondeaban ligeramente, como si acabara de cesar un vendaval. Víctor aprovechó ese momento para descargar su trabuco sobre el lobo, rematándole en el acto. No obstante, eso no bastó para que se relajaran, pues en ese mismo instante aparecieron dos nuevos lobos, sedientos de sangre, que se lanzaron hacia Víctor, que ya había guardado su trabuco, y hacia Radiki. Víctor alcanzó a desviar al lobo de un empujón, pero la bestia que atacó al gnomo consiguió darle unos cuantos mordiscos al mago. Por si esta situación no fuera lo suficientemente mala, otros dos lobos hicieron acto de presencia, de los cuales, uno se dirigió a Kartat´ch, mordiéndole el brazo salvajemente. La bárbara, sin inmutarse si quiera, alzó su mandoble y lo hundió en la espalda del lobo, acabando en un instante con él. Víctor, por su parte, se encaró a otro de los lobos, al que ensartó con su sable, partiéndolo en dos de un solo tajo. Mientras, Radiki seguía con serios problemas para apartar al lobo de su cuello, pues no podía concentrarse para lanzarle un conjuro que acabara con él. Sin embargo, no hizo falta, pues de repente, la bestia salió despedida 15 pies dando tumbos y golpeándose contra la pared del fondo, sin duda, muerta. Radiki miró a su alrededor, aturdido, cuando vio que de nuevo las ropas de Abraxas ondeaban por si solas. El último lobo se dirigía hacia los dos comerciantes que se habían escondido. Cada vez estaba más cerca, comenzó a correr y saltó hacia ellos, con la intención de devorarlos. Por suerte para Cubert y Norry, Matzira arrojó su lanza y consiguió clavársela a la bestia en un costado. Con un gañido, cayó al suelo, y se arrancó el arma de un mordisco, dispuesto a atacar de nuevo. Kartat´ch y Abraxas se lanzaron a la carrera para evitar que el lobo pudiera saltar de nuevo. Le golpearon con sus espadas ambos a la vez, con tan mala fortuna que sus armas entrechocaron entre si. Los dos aventureros cruzaron sus miradas con un relampagueo de odio por un instante. El lobo pareció recapacitar y comenzó a recular, intentando huir al verse solo. No obstante, no pudo ir muy lejos, pues cuando apenas había avanzado una decena de pies, un rayo de energía surco el aire entre Radiki y la bestia, partiéndola en dos. La batalla había terminado.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La profecía: Episodio 5

Por fortuna, el grupo de aventureros pudo pasar el resto de la noche sin más amigos peludos indeseables. Poco más de una hora después de ponerse en camino, finalmente localizaron el monasterio, en un claro por el que la luz de la mañana se filtraba perezosamente. Como aún tenía tiempo, Idril se internó en el bosque para buscar alguna baya con la que curar a Dûnnor, pues el pobre aún se lamía las heridas del lomo, aunque cuando su dueña lo miraba, se erguía orgulloso. Al poco rato volvió a reunirse con sus compañeros, que miraban con curiosidad el monasterio. Era muy pequeño, seguramente apenas tendría una cámara principal y unos pocos nichos en los laterales.
Al poco tiempo, llegó el mayordomo de Lord Arrakis II, como el mismo se encargo de anunciarse.
- Vaya, vaya. Estoy muy impresionado. Habéis llegado todos, de una pieza, en el plazo indicado. En fin -Se aclaró la garganta- Esto nos plantea un pequeño problemilla. Como supongo que os imaginareis, vuestra misión, por supuesto, tiene una pequeña recompensa, aunque vayamos por partes -Desenrolló un pergamino y comenzó a leer- Vuestra misión consiste en salvaguardar el cadáver del difunto Lord Arrakis. Es interés de su hermano, Lord Arrakis II que esta misión se lleve a cabo con seriedad. Debéis velar el cuerpo y protegerlo durante lo que queda de tarde y toda la noche, hasta que mañana por la mañana llegue la comitiva fúnebre dispuesta a llevarse el cuerpo para prepararlo para darle sepultura. -Levantó la cabeza- ¿Alguna pregunta hasta aquí? Bien, sigamos pues. -Volvió a centrar la mirada en el pergamino - La recompensa es una corona que el mismo Lord portaba. Como, evidentemente, no podemos partirla, estableceremos una norma. El que salga del monasterio por cualquier razón, será excluido del premio. Yo personalmente vigilaré que se cumpla. Por último, si varias personas finalizan la misión con éxito, se les entregará el valor de la corona en piezas de oro repartidas equitativamente.
- Bien, no parece muy difícil -Naaron parecía especialmente aliviado.
- Muy bien, pues si no hay ninguna pregunta, tenéis 10 minutos para entrar en el templo -Les indicó el mayordomo- Un momento... ¿Dónde está el enano?
Bróderik no estaba por ninguna parte. Después de unos minutos buscándolo entre los árboles, se dieron por vencidos. El testarudo enano no aparecía. No se explicaban dónde se podía haber metido, hacía solo unos instantes, estaba con ellos.
- ¿Venís o voy a tener que esperar toda la mañana? -Bróderik estaba en la entrada del templo, con cara de aburrimiento, apoyado en su hacha.