lunes, 22 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 5

La puerta que comunicaba el vagón con la máquina se abrió de repente, sobresaltando al pobre Nick, que dejó caer de nuevo el fósforo.

- ¿Se puede saber quién ha activado el freno de emergencia? –El tono del revisor se fue apagando conforme fue viendo la escena, iluminada con su farol –Dios santo...
Harper estaba agachado, con la cara cubierta de sangre. Los dos cuerpos muertos estaban el uno encima del otro, el del hombre ciego boca abajo sobre el hombre de la corbata. Los viajeros del vagón se acercaron para ver mejor que había pasado.

- Yo que ustedes no me acercaría demasiado –Harper se pasó una mano por la cara. Evidentemente ninguno de los ocupantes le hizo caso –Se lo advertí. –Dijo al oír las exclamaciones de los demás. Madelaine se cubrió la boca con las manos al ver la dantesca escena.

- Será mejor que llame a la policía.

El revisor volvió a la maquina por la puerta por la que había entrado.

- Écheme una mano a voltearlo –El hombre de blanco le dio un codazo a Harper.

- No deberíamos moverlo...-Comenzó a decir. No obstante, el hombre no le hizo ni caso y ya estaba volteando el cadáver del hombre ciego. Al quedar boca arriba, las gafas resbalaron por el rostro del anciano. Todos soltaron una exclamación de horror y Harper volvió a trastabillar. Las cuencas de los ojos del hombre estaban completamente vacías, como si nunca hubieran contenido globos oculares.

- Dios mío... –Harper le puso los dedos en el cuello al anciano, solo por asegurarse. Retiró la mano al instante- Está helado... ¿Cómo puede ser?

Harper se quitó la gabardina y la echó sobre los dos cadáveres, para que las mujeres no siguieran mirando la horrible escena.

A los pocos minutos, un hombre subió al tren. Llevaba una gabardina gris y era bastante rollizo.

- Buenos días, soy el Inspector Longtree. ¿Qué ha pasado aquí? –Su mirada se posó en los dos cadáveres, que asomaban ligeramente de la gabardina de Nick –Dios mío... Por favor, necesitaré que bajen del tren.

Todos comenzaron a bajar del vagón. Harper se demoró un poco más, pues regresó a su asiento para coger su maletín y su carpeta, con los papeles de su ascenso y toda la información que poseía. Una vez bajó del vagón, abrió su maletín, sacó su placa y se dirigió al inspector.

- Inspector Longtree –Este se giró hacia él- Soy el agente Harper, si necesita mi ayuda, estoy a su servicio.

- De acuerdo agente, muchas gracias. De momento, es mejor que vaya con el resto de pasajeros, les llevaremos de vuelta a la estación y allí podremos hablar más tranquilamente.

Harper asintió con la cabeza y se llevó un cigarrillo a los labios, encendiéndolo ansiosamente. Dio una profunda calada y continuó andando con el resto de sus compañeros de viaje. En el resto de vagones, la gente estaba asomada a las ventanas sin cristales, preguntando y dando voces, quejándose de la parada del tren, ajenos por completo al asesinato que se había llevado a cabo en el primer vagón de su transporte. Algunos de los rostros, al estar entre las sombras sobresaltaban a Nick. Le parecía ver rostros sin ojos por todas partes. Dio una gran calada y siguió andando, intentando no pensar en ello.

El hombre excéntrico del traje blanco se puso muy nervioso al oír que Harper era un agente de policía, ya que había tocado la escena de un crimen. Pensativo y alterado, continuó andando con el grupo.

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Los seis llevaban ya una hora esperando en una sala de la estación de trenes de Londres. Aún no había vuelto el inspector Longtree para hablar con ellos.

Nick sacó un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Antes de encender el fósforo, lo pensó un momento y se giró hacia su vecino más próximo, el hombre mayor con boina.

- ¿Le importa que fume?

- Por supuesto que no –El hombre sacó su pipa y la encendió, ofreciéndole a Harper fuego para encender su cigarrillo- Supongo que debería presentarme. Soy el profesor George D. Phillips. Puede llamarme George si lo desea, agente.

- Yo soy el agente Harper, profesor Phillips –Contestó Nick, sin hacer caso del hombre –Encantado –Le entrechocó la mano.

- ¿Falta mucho para que nos permitan irnos? –La mujer joven parecía nerviosa- Oh, bueno, disculpen que no me haya presentado, mi nombre es Isabella Wonderford.

Nick y el profesor Phillips inclinaron la cabeza. El hombre de la perilla estaba muy nervioso, no dejaba de mirar a Harper.

- Yo soy Arthur McCarthy –Se quitó el sombrero y se lo volvió a colocar. Hablaba con voz nasal. Todos le devolvieron el saludo.

- Pues yo soy Catherine Jameson –La mujer regordeta se abanicaba vigorosamente con el abanico y levantó la barbilla al presentarse, con aire de suficiencia- Hijo, deja de morderte las uñas –Se dirigió a McCarthy.

- Y usted, señorita, ¿Quién es? –Nick miró a la joven pelirroja.

- Me llamo Madelaine Monleón –Se subió las gafas.

- ¿Monleón? –Nick levantó una ceja y le dio una calada al cigarrillo- ¿Portugués? ¿O español, quizás?

- Tengo sangre española, si es a lo que se refiere...

Un silencio incómodo se hizo en la sala, interrumpido sólo por el abanico de la señora Jameson y las caladas ocasionales del agente Harper y el profesor Phillips.

- Pues yo he robado –Barbotó McCarthy, que parecía haberse quitado un peso gigantesco de encima en cuanto dijo esto. Harper le miró de hito en hito, sin saber muy bien como reaccionar- Es que... lo pisé en el tren y... me lo quedé...-Sonrió nerviosamente- No se porque lo hice...

Harper extendió la mano en su dirección, con cara de pocos amigos y McCarthy, nervioso le entregó un sobre, que, efectivamente, tenía una pisada impresa en sangre. Meneando la cabeza, el agente dejó el sobre encima de la mesa que había en la sala.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 4

Efectivamente, cuando Madelaine se asomó, el revisor estaba ayudando a un hombre muy anciano a subir al vagón. Los anteojos oscuros y el bastón que llevaba hicieron saber a los ocupantes que el nuevo pasajero era ciego. Era muy alto, enjuto y arrugado. Además, la ceguera no parecía ser su única minusvalía, pues andaba tambaleándose con mucha dificultad, arqueando el cuerpo, muy rígido. Dio un par de golpes por el suelo mientras buscaba un asiento con la ayuda del revisor, hasta que se sentó justo enfrente del hombre nervioso, el cual torció el gesto, visiblemente disgustado por la compañía, pues el primer banco del vagón, donde estaban sentados, los dos bancos se miraban, así que no tenía más remedio que mirar al hombre ciego sentado enfrente de él. El resto de viajeros lo único que veía eran las espaldas de los demás, pues los bancos eran individuales.

Por fin, al cabo de unos instantes, el tren se puso en marcha. La gente del andén saludaba a los viajeros. Nick se recostó en su asiento, intentando relajarse. Tenía por delante una hora larga de viaje. Madelaine le miró con desaprobación antes de volver a centrarse en su libro. Sin embargo, a los pocos instantes, tuvo que parar, pues el caballero del traje blanco sentado delante de ella, agitaba la cabeza al ritmo de las ruedas del tren, siguiendo el sonido, poniendo a la bibliotecaria de los nervios. No podía creer que tuviera que estar compartiendo tren con ese desarrapado y con el hombre sentado delante de ella, que, evidentemente, estaba mal de la cabeza.

El tren continuaba su marcha a siguiendo los raíles, traqueteando. Por quinta vez, la bibliotecaria Madelaine tuvo que interrumpir la lectura de su libro, pues acababan de entrar en un túnel y la oscuridad se hizo absoluta. De pronto, un terrible aullido de dolor atravesó los oídos de los pasajeros, que quedaron sobrecogidos. El tren frenó bruscamente, provocando que los ocupantes de los asientos salieran despedidos hacia delante. Nick se golpeó en la frente, haciéndose una fea herida que comenzó a sangrar.

- Mierda –Masculló- ¿Están todos bien? ¿Me oyen? Joder, que gilipollez –Nick metió la mano en su gabardina y buscó los fósforos. Cuando consiguió encenderlo, vio a la señorita Madelaine en su asiento, pálida y con las gafas descolocadas.

- Estoy bien, gracias –Musitó, intentando colocarse las gafas.

Un poco más adelante, el hombre de la pipa y la boina estaba bien también, solo se había roto las gafas, haciéndose un pequeño corte en la mejilla. Nick se quemó los dedos al terminar de consumirse la cerilla. Con una maldición encendió otra y continuó avanzando por el vagón. La mujer regordeta del abanico parecía estar bien también, y la mujer joven, agarrándose el brazo le dijo que no se preocupara, que estaba bien. La cerilla se consumió de nuevo. Nick avanzó un par de pasos dispuesto a preguntar al hombre ciego y al hombre de la corbata mientras sacaba un nuevo fósforo. Cuando lo consiguió encender con las manos aún temblorosas del susto al haber escuchado el terrible alarido, lo que iluminó el pequeño globo de luz le sobrecogió. Con un grito, Harper soltó la cerilla y trastabilló un poco. Lo que había visto no se le olvidaría jamás, se quedaría con esa imagen clavada en su mente por el resto de sus días. Agarrado con una mano, Nick encontró colgando del cable de frenada de emergencia del tren al hombre de la corbata, con la boca abierta en un aullido mudo. En su pecho, un puñal con la empuñadura adornada con una serpiente. Pero lo peor de todo, si algo podía ser peor, era que el hombre ciego estaba agarrado a la cintura y la corbata del pobre diablo apuñalado. El hombre ciego tenía los miembros crispados, agarrotados y estaba medio caído.

Al soltar Nick la cerilla, todo se volvió a quedar en la oscuridad más absoluta, y oyó los últimos estertores del hombre apuñalado. Con un golpe sordo, el cuerpo cayó al suelo, y algo húmedo y caliente salpicó a Harper. Muerto de terror, Nick alcanzó a encender un nuevo fósforo. Los dos cuerpos estaban en el suelo, indudablemente, muertos.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 3


Poco a poco fueron entrando más viajeros. Delante de Nick, se sentó un hombre de unos cuarenta años, ataviado con una boina, fumando en pipa y con un pequeño bigote. El caballero saludó a Nick y a Madelaine antes de ocupar su asiento. Al minuto siguiente, entró una mujer, bastante regordeta, también de unos cuarenta años, ataviada con un sombrero. Saludó a los tres viajeros y, con algo de dificultad, se sentó en su asiento, delante del hombre de la pipa y la boina. A los pocos instantes, un hombre con perilla, vestido completamente de blanco entró en el vagón. El traje era muy elegante, pero no hacía juego con el sombrero que llevaba, negro, así como con unos anteojos que llevaba, completamente redondos y oscurecido, con patillas metálicas. Al sentarse y echarse hacia atrás, se le cayó el sombrero, en el asiento posterior, en el cual estaba sentada Madelaine. La bibliotecaria se sobresaltó, ya que había sacado un libro y se estaba intentando concentrarse en la lectura.

- Disculpe, señorita –El hombre se inclinó y recogió el sombrero del suelo, casi entre las piernas de Madelaine- Se me cayó... –Acto seguido, volvió a calarse el sombrero.

Furiosa, Madelaine tiró de su falda hacia abajo, quitándole las arrugas. Fulminó al estrambótico hombre con la mirada mientras se recolocaba un mechón de cabello pelirrojo detrás de la oreja. Volvió a bajar la mirada pero enseguida tuvo que colocar el dedo entre las páginas, pues le llegó hasta la nariz el fuerte olor a tabaco procedente del cigarro de Nick y la pipa del hombre de la boina, ya que la mujer regordeta había sacado un abanico y al agitarlo violentamente, provocaba que el humo fuera hacia la joven.

- Disculpe, ¿Le molesta que fume, señorita? –Nick la miró.

- No se preocupe –Madelaine se movió hacia la ventana y la abrió de par en par, buscando aire fresco. Aún así, Harper apagó el cigarrillo. Al levantar la mirada, Nick vio a una mujer que acababa de subir al convoy, bastante joven y muy guapa, que saludo a todos los viajeros antes de sentarse delante del excéntrico hombre del traje blanco y perilla.

Finalmente, un hombre con camisa y corbata subió al vagón. Parecía bastante nervioso, y agarraba su billete, buscando su asiento con la mirada. Finalmente, se sentó en el primer banco, el más alejado de todos los demás pasajeros.

Por fin, después de unos minutos, el revisor cerró las puertas. El maquinista hizo sonar la bocina un par de veces, lo cual hizo que la mujer del abanico lanzará un par de carcajadas nerviosas cada vez que la oía. Harper intentó no poner los ojos en blanco. Cada vez tenía más claro que estaba bastante fuera de lugar, rodeado de tanta gente con dinero.

- ¡Espera, espera! –El revisor dio unos golpes, para llamar la atención del maquinista –Todavía queda un pasajero.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 2

A las once y media de la mañana, Nick ya estaba en la estación, esperando pacientemente la llegada de su tren. Sacudió la mano para apagar la cerilla con la que había encendido su cigarrillo y echó un vistazo por el andén, sin poder evitarlo. Al fin y al cabo, llevaba tres años vigilando por las calles de Londres. Metió la mano en el bolsillo y sacó el billete que le daba acceso a su asiento en el tren.

- Vaya, primera clase –Pensó, sacudiendo la ceniza- Parece que por fin los de la comisaría se han estirado. Aunque con la miseria de sueldo que me pagan, supongo que tendrán presupuesto de sobra para estas cosas...

El andén estaba abarrotado cuando por fin llegó el tren a la estación. Con un resoplido perezoso, el convoy frenó, levantando grandes nubes de vapor caliente. El día no era excesivamente caluroso para ser verano, aunque tampoco hacía frío. En general, podría decirse que la temperatura era agradable, lo cual la mayor parte de los londinenses agradecía.

- ¡Pasajeros al tren! –Llamó un revisor, con un gran mostacho. La muchedumbre comenzó a arremolinarse, entregándole los billetes al hombre, que los iba marcando según entraba la gente. Nick comenzó a avanzar hacia el vagón de primera clase, el situado justo a continuación de la máquina. Al alcanzar la puerta correspondiente, se comenzó a sentir un poco fuera de lugar. Las personas que estaban allí iban todas muy bien vestidas, con buenos trajes y las mujeres con unos peinados muy elaborados. En cambio, él iba vestido con una camisa y unos pantalones muy usados y una gabardina raída. Además, su aspecto dejaba bastante que desear, pues presentaba una descuidada barba de dos días, que provocó un par de miradas desdeñosas por parte de las mujeres. Encogiéndose de hombros, Nick entregó el billete al revisor, que al devolvérselo, le indicó amablemente dónde se encontraba su asiento.

Madelaine se colocó las gafas empujándolas con el dedo y entregó su billete al revisor. Acto seguido, entró en el vagón. Los asientos eran de madera forrada, y las paredes brillaban, pulidas y barnizadas. Buscó con la mirada su asiento y torció la nariz, al fijarse en el hombre desaliñado que iba a estar en el asiento del lado izquierdo del pasillo, a la misma altura que el suyo, que estaba en el lado derecho.

- Fíjate –Pensó para sí misma- Lo mira todo con la boca abierta, como si nunca hubiera montado en un tren. Y qué aspecto... Ugh... No se como puede viajar una persona así, con gente con clase como yo...

La bibliotecaria ocupó su asiento y le dedicó un gélido “Buenos días” a Nick Harper, el cual respondió al saludo con una inclinación de cabeza, antes de dar unos golpecitos en los cristales, como si no se terminara de creer que estuvieran allí. Por una vez, no pasaría frío en el tren.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Oscuros designios: Episodio 1

Hoy comienzo un nuevo relato que quiero compartir con vosotros. Sin embargo, en esta ocasión, me gustaría pediros que os olvidéis de la fantasía, de los elfos y enanos, y os trasladéis al Londres de finales del siglo XIX. Os invito a que disfrutéis conmigo de este terrible relato de terror. Recostaos en la silla, bajad las luces y comenzad a leer. Espero que lo disfrutéis.

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Londres, 16 de Junio del año 1891


Madelaine Monleón seguía llenando su maleta con efectos personales. No podía quitarse de la cabeza la sensación de angustia tras leer la carta de su abuelo Jeremías. En la misiva, le urgía a ir a Henley, a recoger un libro de tapas negras, de grandes dimensiones. Le pedía asimismo, que lo escondiera en la biblioteca donde trabajaba, allí en Londres. Lo más estresante para Madelaine era el tono de urgencia que salpicaba la carta, y, por encima de todo, las últimas líneas del escrito: “Por favor, sé muy discreta con este asunto, no comentes con nadie la existencia del libro ni muestres a nadie esta carta. Es un asunto de vida o muerte.”

Finalmente, se quitó las gafas y se acostó, inquieta, preocupada por su abuelo. Hacía años que no le veía, pues había pasado muchos años en España, estudiando. Sin embargo, Madelaine tenía un cariño especial por el anciano, pues era casi el único que en su familia le había tomado en serio cuando se interesó por los libros. Durante su estancia en España, Madelaine echó mucho de menos a su pariente.

Antes de dormirse, comprobó una vez más que tenía el billete para el tren de las doce con destino a Henley. Volvió a meterlo en el bolso de mano e intentó relajarse, pensando en sus queridos libros y la tranquilidad de su biblioteca. Al fin y al cabo, solo tenía que recoger un libro. No había nada que temer...

Unas cuantas manzanas más hacia el sur, Nick Harper tampoco podía conciliar el sueño. Por fin, después de tres años de servicio, patrullando las calles de Londres, había conseguido el ascenso al departamento de Policía Montada. Le habían destinado a Henley, que, según las informaciones que había logrado recabar, era un pueblo muy tranquilo, así que sería ideal para que comenzara con buen píe en su nuevo puesto. Nick se aseguró de llevar fósforos en su gabardina y apagó la luz, deseoso de llegar a Henley y poder montar sobre Black Arrow, su caballo, que, desde el día anterior, ya se encontraba en su destino.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Profecía: Episodio 8

- Fantástico, ahora cosas que vuelan –Rezongaba Bróderik para sus adentros, afilando furioso su hacha.

Lo cierto es que la moral del grupo estaba algo tocada. Apenas llevaban 10 horas allí, y habían perdido un compañero y las sillas se lanzaban hacia sus cabezas. ¿Qué sería lo próximo?

- ¿A vosotros como os convencieron de que vinierais a esta misión? –Rubénidas habló a todo el grupo- A mí el pregonero de Manifiesto me entregó una carta.

- A mí también.

- Y a mí.

Hubo un asentimiento general.

- Supongo que nos eligieron por nuestro aspecto –Dijo Eire- Quiero decir, que vamos armados, y parecemos fuertes, al menos comparados con el resto de habitantes de Manifiesto –Añadió al notar las miradas de todos- El caso es que ahora no podemos rendirnos, eso sería de cobardes.

Bróderik asintió. Parecía que ya había olvidado el mal trago del fantasma de Lord Arrakis y de su huída. Rubénidas estaba un poco más allá, a punto de volverse loco con el chirriar que provocaba el enano mientras afilaba su hacha, pues no podía concentrarse para repasar los conjuros de su libro. Los magos, en Mendeliah, el mundo que habitamos, necesitan estudiar a diario sus conjuros, pues en cuanto los lanzan, su conocimiento escapa de sus mentes y, por lo tanto, olvidan el hechizo de forma inmediata. Por ello, siempre tienen que cargar con pesados libros. Los druidas, sin embargo, obtienen el poder de la naturaleza, por lo tanto no tienen esa limitación, así como los hechiceros, que obtienen su poder del maná que flota en el aire, rodeándonos a todos. Los hechiceros simplemente canalizan ese maná. Por desgracia para ellos, eso provoca que el número de hechizos que dominan es muy pequeño en comparación con los magos, pues ellos pueden llegar a conocer cientos (tantos como escritos en su libro) y los hechiceros apenas conocerán un puñado de ellos.

La noche siguió avanzando, y dieron las tres de la madrugada. Cuando los ecos de la última campanada se disiparon, unas carcajadas fantasmales resonaron en la estancia, y una horrible voz se metió en los tímpanos de los aventureros.

- ¡OS LO ADVERTÍ! ¡AHORA, MORIREIS!